Me va a pasar igual que cuando el Unión Magdalena quedó campeón y no pude asistir a la celebración por estar estudiando en otra ciudad; en este caso, se trata de la conmemoración de los 120 años de la fundación del colegio Liceo Celedón, ocurrida el 24 de noviembre de 1905, por Rafael de Armas y con apertura el 5 de marzo de 1096. El nombre es en honor a la memoria del obispo Rafael Celedón, fallecido en 1902 y recordado como religioso y también como poseedor de un amplio conocimiento en literatura, matemáticas, antropología, historia, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

La cita es un lunes a las seis de la tarde, un día y hora en que es imposible alinear los planetas.

Era un honor decir que éramos alumnos del Liceo Celedón, porque implicaba ser muy buen estudiante en un clima escolar en el que no había competencia sino cooperación entre todos para ser mejores juntos. Un ejemplo personal. Siempre he sido malo para las matemáticas, pero tuve la suerte de contar con amigos que se tomaban el trabajo de explicarme hasta altas horas de la noche, cuando estudiábamos en grupo tirados en el piso de la plazoleta del Palacio de Justicia frente al Parque de los Novios.

Éramos tan competitivos en lo académico como en lo deportivo, en lo cual tuve la oportunidad de participar como basquetbolista porque el profesor de educación física, Ramón Mena, observó mi capacidad de salto en la cancha de fútbol, me hizo quitar los tacos y ponerme los tenis y me llevó a la cancha de basquetbol, lo cual cambió mi vida deportiva, por primera vez supe lo que es ponerse la camiseta de un equipo y defender esos colores.

Salir a marchar en las fiestas patrias era una especie de orgullo que nos mantenía la autoestima en el techo: mírennos, somos liceístas, buenos alumnos, educados, respetuosos de la norma, preparándonos para ser buenos profesionales.

Para afianzar mi autoestima liceísta, debo agregar que mi padre, Otoniel Martínez Nieves, profesor de español y literatura, es el autor del himno del Liceo Celedón. Fue mi profesor, por eso soy un samario bien hablado.

Doy las gracias y abrazo la amistad que me brindaron los hermanos que conocí en el colegio y que siguen queriéndome como yo los quiero a ellos. Hasta en eso nos formó El Liceo, construir lazos de amistad que perduren en el tiempo y la distancia.

No voy a poder asistir a esa celebración y voy a envidiar no poder abrazarme con mis hermanos liceístas con quienes me contacto a través de la red, pero no es lo mismo, el contacto físico es algo que la inteligencia artificial no podrá sustituir nunca, sin importar el chip que se inventen.

haroldomartinez@hotmail.com