No hay personas en este país que tengan más enemigos que un empleado público, especialmente aquel con poder político y burocrático, como los alcaldes, gobernadores, ministros y altos funcionarios de elección popular, con facultades sobre el manejo del presupuesto y la contratación estatal, en un país con alto índice de desempleo e informalidad galopante.

Y aun cuando el 80% de los municipios de Colombia son de sexta categoría, sin una chequera voluminosa y sin recursos propios y regalías de petróleo o carbón, la gente los envidia como si se tratara de un Jeff Bezos, solo porque anda en una Toyota con escoltas cuyo sonido produce escozor sexual en el personal femenino y envidia en el masculino, pues como dice el filósofo sur coreano Byung Chul Han: “El poder forma un cuerpo sexual que habla y significa incansablemente. La semántica del placer sexual está conectada de múltiples modos con la semántica del poder”.

Por eso, un político se cree bonito hasta cuando le embargan su cuenta bancaria. De aquí para adelante, todo se le arruga y se vuelve maluco. Sin embargo, estos funcionarios poderosos, desde un comienzo de su campaña política y durante su mandato, deben cuidarse del acecho de los envidiosos que andan como tiburón en playa de Jamaica, planeando trampas mortales para bajarlo del poder político, algunas de la cuales mencionamos:

1.Revocatoria de su inscripción ante el Consejo Nacional Electoral. 2.Participación de familiares del candidato como jurado de votación. 3.Demandas por superación de los topes del gasto de campaña. 4.Demanda de nulidad electoral por inhabilidades, incompatibilidades, prohibiciones o conflicto de intereses. 5.Trashumancia electoral. 6.Doble militancia y 7.Pérdida de investidura.

No basta entonces con ser un buen candidato, con el mejor perfil para conquistar el voto del pueblo, a veces esquivo y mañoso, sino saber llegar al poder, con los conocimientos y la experiencia en la administración pública para adelantar con éxito su programa de gobierno donde las encuestas de opinión marquen una gestión favorable en beneficio de la comunidad.

Siempre va a tener oposición, enemigos y envidiosos. Sin embargo, el peligro en la administración pública más que el odio es la envidia. Como dijo el escritor José Ingenieros: “El odio puede ser justo, motivado; la envidia es siempre injusta, pues la prosperidad no daña a nadie. El odio es rectilíneo y no teme a la verdad; la envidia es torcida y trabaja la mentira. Envidiando se sufre más que odiando”.

@FcuelloDuarte