Nuestro presidente alcanzó su sueño más profundo: que el mundo hablara de él. Que las potencias lo nombraran, que los medios internacionales lo citaran, que los centros de poder supieran que existe. Lo logró, pero al costo de poner en riesgo a todos los colombianos. Jodió, jodió y jodió… y lo consiguió. Le dijo “fascista” y “genocida” a Trump, y les dijo “drogadictos” a los norteamericanos. Y este contestó con lo obvio, le quitó la visa, lo llamó “narcotraficante”, aunque no lo sea, y les dijo a los colombianos que eran una máquina de producir cocaína. Somos mucho más que eso; ni ellos son todos drogadictos, ni nosotros somos todos narcotraficantes. Pero cuando los líderes confunden el orgullo con el ego, la gente termina pagando la factura.

Petro busca ser inolvidable, y está dispuesto a incendiar el escenario con tal de brillar. Usa este conflicto como trampolín político para el 2026, bajo la narrativa del “no me han dejado gobernar”. Antes era el Congreso; ahora es el imperio. Y hasta propone una constituyente absurda para profundizar esta narrativa. Mientras, aprovecha para blindar a sus aliados de siempre, Venezuela y el narcotráfico. No porque sean lo mismo, sino porque ambos le garantizan lo que más ama: el caos. Ese caos que alimenta su discurso y del que depende su supervivencia política.

El tema es Estados Unidos hoy tiene dos obsesiones claras, y resulta que son las mismas que ama Petro: la democracia en Venezuela y frenar la entrada de droga a su territorio. Y en ambos frentes, Colombia se está convirtiendo en una piedra en su zapato. Cuando le preguntan al Gobierno sobre la dictadura venezolana, responde con evasivas. Nadie se atreve a decir lo obvio, que se robaron las elecciones. Prefieren callar, no vaya a ser que se rompa la armonía con quien les garantiza mantener viva la fogata regional.

En el frente del narcotráfico, la negación es igual de peligrosa. No reconoce el fracaso de la “Paz Total”, ni el crecimiento del negocio. Prefiere culpar al consumidor extranjero, como si el problema no tuviera dos patas: la producción aquí y el consumo allá. Es una explicación tan cómoda como absurda creer que la cocaína se acaba si el planeta decide dejar de gustarle, o que el cambio climático se resuelve si dejamos de comer carne. No funciona así.

Mientras tanto, la coca crece, los carteles se reagrupan, y Colombia se aísla. Cada arenga contra Washington, cada desplante diplomático, es una puerta que se cierra para nosotros. Menos inversión, menos cooperación, menos confianza. Y eso no es dignidad; es miopía.

Petro será inolvidable, sí. Pero no por su grandeza, sino por su obsesión con el caos. Por convertir la política exterior en teatro y la interna en campo de batalla. Por querer pasar a la historia, aunque sea a costa del país que juró proteger. Porque hay muchas formas de ser recordado, y pocas tan tristes como ser el presidente que prefirió incendiar la casa solo para que el humo lo hiciera visible.

@MiguelVergaraC