Desde hace semanas, una imponente noria, de 65 metros, rediseñó el paisaje del Gran Malecón del Río. Imposible dejar de mirar su fulgor centelleando en las aguas de su vecino de patio, el río Magdalena. Por todo lo que representa, la Luna del Río, la rueda de hasta 22 pisos de altura que este sábado entra en operación para el goce de los barranquilleros y de quienes nos visitan —cada vez con más asiduidad—, escribirá un nuevo capítulo, y uno realmente memorable, en la prolífica historia de transformación urbana de la Arenosa.

A decir verdad, la Luna del Río es más que una atracción, es un símbolo del buen rumbo que ha tomado la capital del Atlántico desde hace años, cuando decidió dejar de darle la espalda a su río y cuerpos de agua, para convertirlos en motor económico de desarrollo sostenible. Pero, sobre todo, en articuladores de identidad social e intercambio cultural del territorio.

Esta impresionante rueda, con sus 44 cabinas climatizadas, vista de 360 grados y capacidad para mover 7 mil personas día, constituye una apuesta estratégica de una ciudad que pone en valor el efecto económico del turismo. La inversión no es menor. Son $55 mil millones de recursos de los barranquilleros que, de acuerdo con el impacto proyectado, se traducirán en unos 200 mil visitantes adicionales a la ciudad por año, dinamización del sector hotelero, de gastronomía, comercio minorista y transporte, además de dar un renovado impulso a los miles de empleos, 200 mil hasta ahora, vinculados a la llamada ‘industria sin chimenea’.

En gracia de discusión, para quienes aún dudan del provecho de inversiones como esta, la experiencia ha demostrado que las grandes norias del mundo no solo llegan a ser íconos urbanos, también pueden convertirse en catalizadores de prosperidad. Enhorabuena, Barranquilla lo entendió así gracias a la visión de futuro del alcalde Alejandro Char que, como le dijo a EL HERALDO, no dudó en subirse a la rueda de posibilidades que el proyecto abre para elevar la calidad de vida de la gente y la proyección internacional de la Arenosa.

En el final del 2025, Barranquilla llega a este estreno en un momento dulce, en el que las buenas noticias se hilvanan como señales de una etapa madura de crecimiento colectivo. La próxima semana se adjudica la renovación integral del estadio Metropolitano, con una inversión cercana a los $200 mil millones que lo posicionará para finales internacionales y conciertos de talla global. De hecho, Barranquilla se ganó la final de la Copa Sudamericana 2026, y, como en primicia reveló EL HERALDO, ha vuelto a estar en el radar de la Fórmula 1.

Todo esto es posible porque detrás de la nueva infraestructura, siempre tan cuestionada por quienes vacían su envidia o frustración arramblando con lo bueno que hacen los demás, se encuentra el componente más valioso de la ciudad: su capital humano. Una comunidad formada que con trabajo, ganas, empeño y emprendimiento incentiva la expansión de este crucial ecosistema de servicios y experiencias turísticas que crece con cada nuevo proyecto.

Ahora bien, no todos los retos que la Barranquilla competitiva en materia turística plantea a día de hoy están resueltos. El aeropuerto Ernesto Cortissoz sigue generando frustraciones y exige decisiones urgentes del ámbito nacional. Ayer estuvo cerrado —durante horas— por una emergencia con una aeronave de carga, que debió superarse con mayor celeridad.

Aun así, el balance de cierre de año invita al optimismo. Con la Luna del Río girando, Barranquilla mira alto, sueña en grande y se le mide a seguir los pasos de las urbes globales. Y lo hace con la convicción de que cada avance que se construye hace parte de una ruta de desarrollo urbano sostenible que nos articula a todos, en pos de un mismo propósito: consolidar un territorio de oportunidades que se renueva, cuando no adapta a sus desafíos.

Como su rueda o su río, Barranquilla está en constante movimiento y nos invita a verla con la misma curiosidad e interés de los foráneos que nos visitan. Claro que en nuestro caso esa mirada reivindica más cariño, orgullo e ilusión. Porque en este hogar compartido lo que parece impensable sí se hace real, a tal punto que se comparten lecciones sobre su exitoso modelo de gestión. Curramba se dice a sí misma que a través del empeño de su gente puede brillar más alto y no solo porque la Luna del Río nos haga creer que podemos tocar el cielo.