La historia reciente de Venezuela es, ante todo, un relato de resistencia. Y pocas imágenes lo simbolizan mejor que la odisea de María Corina Machado para llegar hasta Oslo a recibir el Premio Nobel de Paz. Desde la clandestinidad a la que fue forzada por las amenazas del régimen, hasta cruzar el mar Caribe en una pequeña embarcación en condiciones extremas —perdida durante horas antes de ser localizada—, pasando por vuelos entre islas y un último trayecto por aire, su llegada fue mucho más que un desplazamiento físico. Fue la confirmación de una vida entera dedicada a la libertad, aun cuando el costo personal y familiar ha sido enorme.

Esa entrega quedó reflejada con fuerza en los discursos de la ceremonia. El presidente del Comité Nobel, Jørgen Watne Frydnes, recordó que las democracias no mueren de un día para otro: se erosionan lentamente cuando el poder se concentra, cuando la justicia deja de ser independiente y cuando la comunidad internacional decide mirar hacia otro lado. Sus palabras fueron una advertencia sobria, pero contundente, sobre el precio que pagan las sociedades cuando normalizan el abuso y aceptan la arbitrariedad como parte de la rutina.

Uno de los momentos más conmovedores fue el discurso de Ana Corina Sosa Machado, hija de María Corina y encargada de recibir el galardón en su nombre. Lejos de la retórica política, habló desde lo humano: del sacrificio familiar, del exilio forzado, del miedo cotidiano y de la soledad que acompaña a quienes se niegan a rendirse. Pero también habló de esperanza y carácter. En su voz quedó claro que esta no es solo una lucha por el poder, sino por el derecho elemental a elegir, a disentir y a vivir sin miedo en el propio país.

Para el Caribe colombiano, Venezuela no es una historia lejana. La vemos en nuestros barrios, en nuestras empresas y en nuestras calles, a través de millones de venezolanos que llegaron buscando lo que su país les negó. Su tragedia es también una lección cercana.

Venezuela nos recuerda que las democracias no caen únicamente por golpes de Estado, sino por malas decisiones, liderazgos irresponsables y ciudadanos que creen que “aquí eso no puede pasar”. Pasó allá. Y pasó rápido.

Colombia no puede darse el lujo de repetir ese camino. De cara a las elecciones presidenciales de 2026, no bastan discursos ambiguos ni promesas fáciles. Estamos obligados a elegir con claridad a quienes defiendan la democracia, la propiedad privada, la libertad económica y el Estado de derecho. La ruta está trazada. Venezuela es la advertencia. Ignorarla sería imperdonable.

@RPlatasarabia