La noticia del acuerdo de paz entre Israel y Hamás, al amparo de los gobiernos de Estados Unidos, Egipto, Qatar y Turquía, que permitió frenar los dos años de guerra en la Franja de Gaza, trajo una oleada de alegría y tranquilidad en los estados de Israel y Palestina y en el mundo entero. Conmovidos, hemos visto las imágenes y leído las historias de los reencuentros familiares de jóvenes de ambas naciones que estaban retenidos; así mismo, la recuperación de los cuerpos de las víctimas mortales y el retorno a las que antes eran sus viviendas, aunque buena parte de los territorios quedaron devastados.
Pese a ello, hay una enorme incertidumbre sobre la sostenibilidad de la paz, así como en torno a la viabilidad de la reconstrucción de Gaza y a la atención de la población afectada y su futuro incierto. Una de las principales disyuntivas radica en la negativa de Israel a aceptar la existencia de un Estado Palestino y, simultáneamente, en la renuencia de Hamás al desarme, lo que implica el riesgo de la reactivación de la guerra y de la prolongación indefinida de este conflicto con profundas raíces históricas.
Adicionalmente, desde la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos fueron denunciadas agresiones a los palestinos en la zona, ejecuciones extrajudiciales por parte de Hamás y asesinatos de civiles en zonas donde las tropas israelíes se mantienen desplegadas, por lo que es imprescindible y urgente que ambos sectores cumplan con lo pactado y se imponga el respeto por los derechos humanos.
A mediano plazo también se requiere que el mundo reconozca oficialmente la existencia del Estado de Palestina, al igual que se establezca un marco para una gobernanza justa y equilibrada en la franja, que facilite a sus habitantes el acercamiento a una vida normal. En cuanto a la rehabilitación de la zona, la última Evaluación Provisional Rápida de los Daños y las Necesidades realizada por Naciones Unidas, la Unión Europea y el Banco Mundial, define que los daños se estiman en 70 000 millones de dólares.
Como bien lo sintetizó el escritor alemán Thomas Mann, “la guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”. Es insensato que la humanidad siga adoptando esta lamentable salida a sus diferencias, invirtiendo cuantiosas sumas económicas en la guerra y tecnificando cada vez más sus armas para una aniquilación más potente y efectiva, en lugar de priorizar el diálogo, el bienestar común y la convivencia pacífica. Más allá de los términos económicos, el costo social para la humanidad es muy alto.
@Rector_Unisimon