Todos queremos paz. Pero no esa lejana de los discursos ni de las cumbres internacionales, sino la paz simple, la de la vida real. La de poder abrir un negocio sin que te extorsionen, salir sin miedo o dormir sin escuchar explosiones sobre tu casa. En Colombia, pedir que te dejen trabajar en paz se volvió una forma de valentía. En Gaza, la gente solo quiere caminar sin temor a los bombardeos y conseguir comida sin arriesgar la vida. En Israel, las familias sueñan con no tener que correr a los refugios cada noche. En todos lados, la paz es lo mismo: poder vivir sin esconderse, sin miedo, sin que la violencia decida por uno.

Por eso lo que acaba de pasar en Gaza importa tanto. Después de dos años de guerra, más de 35.000 muertos y una región reducida a ruinas, los dos pueblos celebraron al mismo tiempo. Dos pueblos que llevan tantos años en guerra, que se odian, y que aun así pudieron detener las bombas y compartir un mismo día de felicidad. El acuerdo frenó los ataques, abrió los corredores humanitarios y permitió la liberación de 1.968 prisioneros palestinos, según el Servicio de Prisiones de Israel. No es la paz definitiva, pero sí la prueba de que incluso entre enemigos, sí se puede. Si ellos pueden, ¿qué nos impide lograrlo en Colombia?

Y ahí surge la pregunta que deberíamos hacernos todos: ¿qué se requiere para lograr algo así? Trump no hizo magia. Hizo política con resultados. Negoció con Egipto, Qatar y Turquía sin la burocracia de siempre. A Israel le ofreció garantías reales de seguridad; a los países árabes, participación en la reconstrucción; y a Hamás, una salida política condicionada al cumplimiento de la tregua. Ni cumbres eternas, ni comunicados vacíos. Solo una ecuación sencilla: compromisos verificables y consecuencias claras.

Eso fue lo que cambió todo. No hubo discursos sobre hermandad ni frases para la historia. Hubo presión, incentivos y decisiones. Y funcionó. No por carisma ni por diplomacia, sino porque alguien trató la paz como lo que realmente es: un problema que se resuelve con voluntad y acciones concretas, no solo con buenas intenciones. Por eso esa pregunta “qué se requiere” aplica en Colombia. Porque aquí, como allá, los problemas no se solucionan por falta de ideas, sino por falta de decisión.

La paz no es ausencia de balas. Es presencia de respeto, de justicia y de oportunidades. Es poder vivir sin miedo. En Gaza o en Soacha, en Tel Aviv o en Barranquilla, la paz se parece más de lo que creemos: es poder vivir sin esconderse. Esta tregua demuestra que sí es posible, cuando hay liderazgo, claridad y voluntad. Hoy Gaza no es libre, pero respira. Israel no está en paz, pero duerme. Y el mundo, por un instante, volvió a creer que sí se puede. No porque alguien lo prometió, sino porque alguien se atrevió a hacerla realidad. Porque la paz, en cualquier parte del mundo, no llega por decreto ni por ego, no se firma ni se predica: se demuestra cuando alguien hace lo que se requiere.

@MiguelVergaraC