El anuncio del Comité Noruego del Nobel sobre la designación de María Corina Machado como nobel de Paz 2025 debe servir no solo para ejercer presión a nivel internacional contra el desgobierno que encabeza Nicolás Maduro, sino también para repensar, una vez más —y cuantas veces sea necesario— esa cosa que llamamos paz.
La paz, desde cualquiera de sus ocho acepciones, puede entenderse como armonía. De preguntarnos si ha alcanzado la humanidad a vivir en armonía alguna vez, sabemos que la respuesta es el triste resultado de sociedades en las que prevalecen los intereses individuales muy por encima de los colectivos. La idea de colectividad termina siendo entonces eso. Una idea. Un imaginario. Casi una ficción.
Existir en el mundo de hoy es lo mismo que experimentar sin más alternativas una conmoción que deviene de otra. Países en conflicto, naciones polarizadas, dirigentes que para restarle peso a una doctrina buscan adoctrinar a otros con “nuevas” ideologías, creadas para vencer, o bien para dominar. Todo parece girar en torno a una tendencia reverberante: gente que quiere ser más gente que la misma gente.
Y no se puede vivir en paz en un medio en el que subsistir representa restarle o, peor aún, negarle significación a todo aquel que, por el simple hecho de estar, es. Lo que viene pasando desde hace más de dos décadas en Venezuela; o lo que ocurre desde hace más de dos años entre Rusia y Ucrania, o lo que pasa desde hace casi el mismo tiempo en territorio palestino-israelí, es la representación de la egolatría con que los gobernantes e insurrectos se alzan sobre sus propios pueblos. Y prima así la reiterante negación del nosotros, ante la obtusa imposición del yo.
Es necesario admitir que vivimos en un mundo convulsionado. Y ello implica aceptar que como humanidad no hemos alcanzado la madurez necesaria para coexistir en el mismo espacio. De 1444, año en que por vez primera se usó la palabra armonía en nuestro idioma, a 2025, año en que pululan en el globo terráqueo pacifistas de pacotilla como Donald Trump —quien ha manifestado su descontento por no haber sido escogido como nobel de Paz 2025—, hemos construido mucho, pero hemos entendido poco.
Lo que inspiró a Alfred Nobel a escribir en 1985 su célebre testamento fue la fe en la comunidad humana. ¿Es esa la fe que hemos perdido? Si pensamos en promover la paz para hacernos merecedores de reconocimientos, habremos fracasado desde el primer intento.
@catalinarojano