En la feria del libro de Guayaquil presenté mi libro Romperme fue sólo un comienzo. Fue una oportunidad para compartir la idea que gobierna el texto: “Siempre podemos re-comenzar”. Estoy seguro de que esta sociedad caracterizada por la polarización, la simplificación, el fanatismo, la posverdad y la violencia, encuentra en el absurdo, en el hastío y la desesperanza una constante que la impulsa.

No hay esperanza si la sociedad está dividida entre buenos y malos, y todos se sienten parte de los “buenos”, porque eso nos hace militar contra el otro, rechazarlo, tratar de imponer nuestra “bondad” o simplemente excluirlo y eliminarlo. No puede haber un futuro con sentido si vemos la historia despreciando todos los matices y creyendo que todo aquello que es complejo hay que alejarlo de la vida. Eso nos lleva a un narcisismo que nos hunde en el dolor y el desprecio. Si todos tenemos que aceptar sin crítica las verdades incompletas y desequilibradas de la mayoría, no hay manera de construir juntos en medio de la diferencia.

Entiendo la esperanza como la certeza de que el futuro -aunque no sea la realización de nuestro deseo- tiene sentido y podemos descubrirlo para realizar nuestro proyecto de vida. Entonces, no es necesario creerse invencible, ni luchar por salir ileso, ni pretender ser inmune. Al contrario, hay que asumir nuestra vulnerabilidad. Brené Brown define la vulnerabilidad como la capacidad de aceptarnos como seres que viven “incertidumbre, riesgo y exposición emocional.” Ella expresa que: “La vulnerabilidad no se trata de ganar o perder; se trata de tener el coraje de aparecer y dejarse ver cuando no tenemos control sobre el resultado.” Pues sólo hay esperanza si reconocemos, aceptamos y amamos nuestra vulnerabilidad. Es desde ella que podemos levantarnos cuando nos caemos, que podemos encender una luz en medio de la oscuridad de los dolores y que alcanzamos a vislumbrar un destino en medio del laberinto en el que nos vamos haciendo.

Aquí la espiritualidad como esa conciencia de que hay algo más grande que nosotros, es una dimensión fundamental, porque entendemos que, al no ser absolutos, podemos rompernos y volvernos a armar con nuevas piezas, desechando las que ya no nos dan sentido. No es magia, es la decisión constante de ir encontrando formas y maneras para no desfallecer.

Saber que el libro ha provocado ánimo, fuerza y decisiones propias y auténticas en algunas personas, me emociona y me convence de que hay que seguir leyendo, rezando y escribiendo para tratar de encontrar todos los días la esperanza necesaria para ser feliz con lo que somos.