No quisiera estar en el pellejo de un magistrado de la Corte Constitucional en estos momentos en que este alto tribunal declaró exequible la Ley 2385 de 2024, que prohíbe las corridas de toros, así como las corralejas, el coleo y las peleas de gallo,
bajo el argumento del respeto de la vida animal.
La tarea de la entidad de control no es fácil si se tiene en cuenta que la medida golpea fuertemente sectores de la economía como el turismo, la hotelería y el comercio, donde miles de familias obtienen sus ingresos como medio de subsistencia. Ciudades como Manizales y centenares de pueblos viven de los toros, y una reconvención laboral que regula la norma es una utopía, pues aquí no hay dinero para la creación de empleos en ningún municipio. Por ejemplo, para un joven, sin palanca política y sin recursos de sus padres, su único camino hoy es la guerrilla, las disidencias, los clanes y las bandas criminales. Y en la parte institucional, esperar la oportunidad que pueda ofrecer el ingreso al Ejército o a la Policía Nacional, con un presupuesto muy limitado.
Así las cosas, en nuestro criterio no se tuvo en cuenta el impacto fiscal y laboral de esta prohibición, para conciliar los derechos a la vida animal con el trabajo de las personas, pues en Colombia no hay derechos absolutos, según lo ha dispuesto la misma Corte Constitucional en su sentencia C-475 de 1997. Al respecto señaló: “Los derechos fundamentales, no obstante su consagración constitucional y su importancia, no son absolutos y, por tanto, necesariamente deben armonizarse entre sí y con los demás bienes y valores protegidos por la Carta, pues, de lo contrario, ausente esa indispensable relativización, la convivencia social y la vida institucional no serían posible”.
Más allá de la discusión jurídica de alto nivel que el tema ofrece, el espectáculo taurino puede seguir, sin matar al toro, pues es una actividad cultural que viene de años, que genera ingresos valiosos para miles de familias colombianas, en un país con un alto índice de desempleo.
Un espectáculo alegre y sin sangre, se podría proyectar aprovechando la inteligencia artificial y la tecnología 3D, luces láser con un software especializado, sin descartar la escena cuando en una corraleja de Sincelejo, un borrachito se lanza al ruedo, creyéndose un César Rincón, y el toro lo ensarta dando vueltas en sus cachos, ante la hilaridad del público enloquecido, que se eriza como en la época del circo romano.
Debemos conciliar el derecho a la vida de los animales, con el derecho al trabajo del hombre.
@FcuelloDuarte