El magnicidio de Miguel Uribe Turbay es para nuestro país lo que en ajedrez se denomina jaque mate, que no es otra cosa que la derrota final de uno de los contendores. En efecto, la partida de Miguel tras dos meses de lucha y esperanza supone la victoria final de los grupos armados al margen de la ley, quienes han logrado derrotar la civilización, y corroborado la tesis de Ortega y Gasset, según la cual, el mayor peligro para una sociedad es el Estado. En este caso por la acción y omisión de un Estado, históricamente actor y cómplice simultaneo de renunciar al deber constitucional de perseguir el crimen organizado art. 250 CP), permitiendo la consolidación de fuerzas al margen de la ley.
En 1985, cuando yo tenía diez años, la doctora Diana Turbay Quintero Q.E.P.D. -amiga personal de mi madre- me regaló un ajedrez electrónico en el que podía jugar contra una máquina, a la cual terminé odiando porque nunca pude ganarle. Solo seis años después vi a mi madre llorando desconsolada por el asesinato de su amiga, mientras el país entero despedía a una gran líder.
Varias décadas después, cuando dicté la cátedra de acciones públicas en la facultad de derecho de la Universidad de los Andes, conocí al brillante alumno Miguel Uribe Turbay, quien por las causalidades de la vida resultó ser el mejor amigo, desde la infancia de mi primo Oscar Berardinelli Rodríguez, quien como todo el país está desconsolado ante su injusta partida.
Gracias a Oscar, más allá del gran líder político, pude conocer al extraordinario ser humano, apasionado por la música, por el piano, por su familia, por la historia de Colombia, la cual interpretaba con un particular sentido de restauración y perdón que siempre me impresionó y que, paradójicamente, me puso en la posición de ser su alumno y no su profesor.
Esto lo digo porque a todas las personas a las que nos han arrebatado a nuestros padres o a un ser querido a causa de la violencia nos cuesta décadas perdonar. Pero Miguel era tan ponderado, noble e inteligente, que él sí supo derrotar la máquina del odio que, al igual que yo con el ajedrez electrónico nos cuesta mucho vencer.
Le conté a Miguel el regalo que me hizo su madre y tuvo la gentileza de jugar una partida en la que sigilosamente me derrotó y al final de lo cual me dijo: “Te dedicaste a cuidar al rey y no a los peones que son los más importantes”.
Miguel siempre pensó en las personas, en el deber del Estado de cuidar a cada colombiano, pero casi treinta y cinco años después se ha repetido la barbarie ante el jaque mate de un Estado que ha sido derrotado porque sigue obrando en función de los intereses de quienes lo gobiernan y no del bienestar general de cada una las personas que lo conformamos.
* Exmagistrado Auxiliar Corte Constitucional