Una vez se tiene el primer hijo, la gente suele preguntar a los padres con absurda insistencia: “¿Cuándo tendrán el segundo?”. Esa necia inquietud, dispuesta también para inquirir por un tercero y hasta por un cuarto, no solo debe incomodarnos a los nuevos papás —al igual que a los viejos—, sino también hacernos reflexionar sobre las razones por las cuales cada vez son más las personas que deciden tener solo un hijo o, en su defecto, no ser madres ni padres jamás.

Barreras económicas y sociales. De allí parte todo. Según el más reciente informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), la verdadera razón por la que el mundo atraviesa una crisis de natalidad son las múltiples limitaciones financieras a las que nos enfrentamos, las cuales a su vez redundan en limitaciones de tipo social. Pensar hoy en tener un hijo implica entonces una responsabilidad que trasciende la idea romántica de “ver crecer” a nuestra descendencia.

Hasta hace poco tiempo, con cierta frecuencia me preguntaban: “¿No formarás una familia?”. El interrogante abría otro dentro de mí: “¿No tengo ya una familia?”. Haberme casado no era suficiente. En los ojos de la tradición, faltaba algo, o más bien alguien: un hijo. Este año llegó ella. Y ahora nos preguntan: “¿Para cuándo el/la hermanito/a?”. Pero una cosa son los deseos; otra, las capacidades. Y ese es el motivo por el que hoy tener un solo hijo puede que sea más que suficiente.

La falta de acceso a una vivienda digna, la precariedad laboral y el altísimo costo de la educación son algunas de las razones más comunes por las que en 2025 son más los que se inclinan hacia la idea de formar familia sin hijos (y más bien con perros o gatos), que los que deciden o asumen la maternidad y la paternidad con todas las demandas que ello supone. El mundo, siempre cambiante, nos atropella a diario del mismo modo en que lo hará con nuestros hijos en el futuro, que ya es hoy.

Hemos pasado de cinco hijos por mujer en 1950 a 2,25 hijos en 2024. El galopante colapso demográfico no tiene que ver con que en los jóvenes exista o no un interés genuino en formar familia. La nuez del asunto está en que uno de cada cinco adultos en edad reproductiva considera que no podrá tener el número de hijos deseado, mientras hay quienes simplemente no llegarán a tener ni uno solo.

«La verdadera amenaza no es el descenso de las tasas de fertilidad, sino la amenaza contra la libertad de las personas y su capacidad de elegir», afirma Natalia Kanem, directora ejecutiva del UNFPA. La pronatalidad per se no hará milagros; porque, como dijo Erich Fromm: «El nacimiento no es un acto, es un proceso».

@catalinarojano