¿Por qué se les dice ‘protestantes’ a seguidores de otras religiones? ¿De qué protestan? Víctor E. Pisciotti, Bogotá

Las guerras de religión han sido siempre funestas en la historia por cuanto se hacen en nombre del verdadero Dios, que, por supuesto, es, y solo es, el de cada uno de los bandos en contienda. A comienzos del siglo 16, la Iglesia Romana estaba afectada por desórdenes administrativos, espionajes internos, conjuras, dimes y diretes, desfalcos, comercio de indulgencias (lo más grave)… Buscando innovaciones en la liturgia y en el gobierno de la Iglesia, un grupo de fieles, encabezados por el fraile Martin Lutero, gestó un cisma doctrinal, y para ello acudieron a publicaciones, edictos y sermones, y se llamaron ‘reformadores’, pues si ‘formar’ es dar forma, ‘reformar’ es recuperar la forma perdida, pero para Roma ellos no eran ‘reformadores’, sino simples ‘protestantes’. Pues bien, las protestas comenzaron en 1517 en Alemania, con Lutero, y de ahí el luteranismo; pronto surgió Calvino y el calvinismo; los líos de faldas de Enrique VIII en Inglaterra dieron pie al anglicanismo; y luego asomaron puritanos, presbiterianos, testigos de Jehová, anabaptistas, cuáqueros, mormones… Estas creencias no se entendían entre ellas, antes bien, rivalizaban con aspereza, y si algún fiel pensaba distinto, de inmediato su posición era calificada como anatema y él era víctima de una condena moral. Las guerras de religión reinaron durante gran parte del siglo 19, una lamentable época de intolerancia en Europa.

¿Está bien que el alias de alguien sea su mismo nombre? ¿Es lo mismo decir: “El cabecilla Juan Pérez, alias Juan” que decir el poeta “Neftalí Ricardo Reyes, ‘Pablo Neruda’ ”. José Sigüenza, B/quilla

Un alias es la denominación que se le da a una persona como alternativa a su propio nombre. No siempre es impuesta para eludir la acción de las autoridades, porque esos alias no encubren nada, pues así sean motes guerreros pronto son conocidos. Los alias pueden adquirir características genéricas de nombre propio y, en tal caso, acompañan o reemplazan al verdadero. No siempre se valen de ellos los delincuentes; también los deportistas, los cantantes, los escritores, aunque los de estos últimos se llaman seudónimos. Se burlan de un aspecto físico o son irónicos, pero también pueden ser afectuosos, políticos, cómicos, estéticos… En una banda de maleantes, cualquiera de sus integrantes puede ser llamado con un alias, pero si no cuenta con uno lo llaman como fue registrado, porque para ser delincuente no es condición sine qua non tener uno.

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