Dirigida por Kleber Mendonça Filho y ambientada durante los días del Carnaval, The Secret Agent es un thriller que transcurre en 1977, pleno auge de la dictadura militar en Brasil. “Época de gran travesura”, como la describe irónicamente la película, una forma ligera de referirse a un período marcado por la violencia institucionalizada.

Situada en Recife, el filme explora con nostalgia y sátira esos años difíciles en los que el clima político era asfixiante y la corrupción permeaba los rincones más íntimos de la vida cotidiana.

El protagonista, Marcelo (Wagner Moura), trabaja en el área tecnológica y emprende un viaje desde el norte del país hacia Recife con la intención de reencontrarse con su hijo Fernando, quien vive con sus abuelos. En la primera escala, una estación de servicio, se establece de inmediato el tono de la historia: un cadáver yace cubierto de periódicos desde hace dos días, ignorado por las autoridades supuestamente ocupadas con los festejos. La escena transmite el valor relativo de la vida en ese entorno.

Marcelo —cuyo pasado se va revelando a través de otros alias— parece huir, aunque las razones de su escapatoria permanecen difusas por buen tramo del metraje. Al llegar a Recife, se aloja en una pensión manejada por una curiosa anciana que conoce los secretos de cada uno de sus pintorescos huéspedes. Pero nada es lo que aparenta: ni la comisaría donde Marcelo consigue empleo, ni el misterioso gato bicéfalo que lo recibe, ni los elementos surrealistas que comienzan a invadir la trama, como una pierna humana hallada en el estómago de un tiburón o una pata peluda que deambula por un barrio marginal.

Estas incursiones en lo insólito y lo grotesco ya se perfilaban en Bacurau (2019), cinta previa del director que también estrenó en Cannes. Aquí, sin embargo, el componente absurdo se entrelaza con una estética documental que recuerda la experiencia de Mendonça como cronista, evidente también en titulares sensacionalistas como “la pierna peluda”, o la sorpresiva inclusión de personajes actuales que investigan archivos con laptops y celulares.

El guiño a Jaws, que el pequeño Fernando quiere ver con desesperación, parece brotar directamente del recuerdo del propio cineasta. Esa mezcla de memoria personal, sátira política y fábula negra le otorga al relato una textura única.

La ambientación setentera está bien lograda. Más allá de la estética visual —cabinas telefónicas, automóviles antiguos, trajes de la época—, el caos narrativo resulta funcional, recreando con fidelidad el espíritu carnavalesco y confuso de una nación en plena crisis de identidad.