Celebré como un gol del Unión la elección del Papa León XIV. Lo tenía como el mejor candidato para este momento de la Iglesia y lo había anunciado en el programa “Voz Populi” en Blu Radio el día anterior. Me gusta porque:
Es un misionero. Uno que entiende que la evangelización no se hace detrás de un escritorio sino en la incomodidad de los territorios, en las periferias existenciales, como diría Francisco, donde viven los más olvidados; que no se trata de ser jefes de nadie sino de acompañar a los hermanos en su cotidianidad, en medio de sus risas y llantos, de sus miedos y fortalezas, de sus alegrías y tristezas. Sabe que se requiere una palabra cercana y empática que llene de esperanza y de fuerza a quienes lo escuchan, y que la verdadera fuerza de la vida brota desde dentro, de un corazón confiado en Dios, no en las posesiones que se puedan tener. Un corazón que late al ritmo de la compasión.
Es un sinodal. Es decir, alguien que entiende la sinodalidad no como un evento, sino como una experiencia transformadora de escucha, de discernimiento, de humildad compartida. Representa la verdadera esencia de la Iglesia como comunidad de fe. Ese caminar juntos nos hace vivir como hermanos que se reconocen, se acompañan, se corrigen con amor y se enseñan mutuamente a responder a los desafíos que el mundo le plantea a una Iglesia llamada a ser contraste y testimonio vivo del Reino.
Es un comprometido con los más necesitados. De hecho, la elección de su nombre nos hace saber que la justicia social será una de sus prioridades, lo cual es fundamental para este momento de la humanidad. No se puede hacer evangelización a espaldas de la justicia social, ni hablar de fe sin hablar de dignidad, ni anunciar a Jesús sin denunciar la exclusión, el hambre y la desigualdad que siguen desfigurando tantos rostros.
Es un hombre conciliador. Creo que su salida al balcón de San Pedro así lo dejó claro. Los signos de la muceta roja, el pectoral, la estola dorada —que no habían sido usados por Francisco y que tanto revuelo causaban en quienes creen que esos detalles son fundamentales— recibieron un guiño amable del nuevo Papa. Con ese gesto, los invita a estar tranquilos, a sentirse escuchados, a confiar en que también tendrá en cuenta la tradición, sin renunciar a la renovación.
Tal vez lo que más me emociona es entender su nombre desde la figura de León de Asís, confesor y secretario de Francisco de Asís. Porque eso me hace pensar que va a continuar la reforma necesaria iniciada por el Papa que vino del fin del mundo. Soy creyente, y tengo la certeza de que el Espíritu Santo guía a la Iglesia. Por eso espero, con alegría y fe, que su ministerio petrino sea una bendición para todos. Que renueve el rostro de la Iglesia y la acerque, aún más, al corazón del Evangelio.
@Plinero