El eje del debate político en Colombia se desplazó desde las habituales confrontaciones de un Gobierno en pie de lucha contra sus opositores hacia la radicalización del discurso del presidente Petro, que ya llegó al irresponsable extremo de mancharles las manos de sangre.

En el trasfondo de su retórica cada vez más agresiva e intimidatoria, como ha sido evidente en sus últimas intervenciones públicas, aparece el reclamo de la consulta popular. Ya nadie lo duda, el jefe de Estado se encuentra metido de lleno en el fragor de la campaña política a favor de la reforma del sistema laboral, que no es otra cosa que la cuota inicial del premio gordo por el que realmente está jugado: las elecciones legislativas y presidenciales del 2026.

Hábil estrategia que ha reflotado su imagen en las encuestas hasta posicionarlo como un líder fuerte, enfrentado a las élites, el único capaz de transformar el ‘establecimiento’ y de marcar distancias con todo lo conocido. Su efectista narrativa de la lucha de clases ha vuelto a ilusionar a tantos ciudadanos sometidos desde siempre a la lacra de la desigualdad, a tal punto de que toleran las amenazas que profiere en contra de sus antagonistas, justifican la errática gestión de su administración y excusan las luchas intestinas entre los miembros de su actual gabinete y las corruptelas e irregularidades investigadas por los entes de control.

Ante la ausencia de alternativas creíbles, porque ciertamente no las encuentran ni ahora ni antes, demasiados compatriotas se han convertido en rehenes del cinismo inédito de un Ejecutivo dogmático que se aprovecha de su legítimo anhelo de cambio, de su hartazgo por el pasado o de su aspiración de un mejor futuro. En medio de la incertidumbre se lanzan a las calles a defender reformas que son necesarias, eso no se discute en un país tan inmisericorde como el nuestro, pero en el sentido más hiperrealista las utopías no existen.

Las espadas como las banderas de guerra son los símbolos de la creciente tensión social en una sociedad fragmentada. Al final lo que prevalecen son los hechos, pero de esos, más bien poco. Aun así, la complejidad de la situación nos muestra una polarización crónica, con un jefe de Estado decidido a atirantar la cuerda hasta que se rompa para atizar el perenne conflicto por condiciones dignas o derechos para los trabajadores, lo cual lo hace imbatible.

En esas condiciones, ¿quién osaría a oponerse a la defensa heroica de una bandera de tenor moral? Esa es la principal baza de Petro para presionar al Congreso enclavado en el peor de los mundos, pese al férreo alegato que su presidente, el senador barranquillero Efraín Cepeda, ha hecho de la autonomía e independencia del poder Legislativo, en el preámbulo de la discusión sobre la consulta popular. Tiene razón cuando rechaza los “anuncios de revocatorias o movilizaciones intimidatorias” con los que el mandatario, según Cepeda, “busca afectar la voluntad” de los parlamentarios, a los que llama a no arrodillarse, a resistir.

Los senadores no la tienen nada fácil, porque aunque la consulta no responda a las urgencias del mercado laboral para crear empleo y reducir informalidad, el debate político ya fue reorientado estratégicamente por el jefe de Estado, su hombre de confianza, el mininterior, y demás operadores hacia el escenario del populismo puro y duro. En consecuencia, por ahora no se vislumbra ningún supuesto realista en el que el Congreso, su contradictor a derribar en retaliación al bloqueo de su agenda política, salga indemne de semejante brete.

De hecho, Petro tiene todas las de ganar: cambió el relato de un gobierno ineficaz, sin rumbo ni logros, por el de uno frentero, retador, que ampara una causa universal; encontró al enemigo político perfecto –un Congreso caduco o estancado– que representa su antítesis y suma nuevos respaldos a diario. Sin respetar límites ni pudor alguno, impone su propia realidad de los hechos o se la inventa, eso da igual, en un permanente ejercicio de revisionismo histórico evidente en sus consejos de ministros. Otra jugada maestra. Por donde se mire, lo de gobernar pasó a un segundo plano, la disputa por asegurar su continuidad en el poder es lo que lo desvela.

En este punto, la oposición luce aletargada. Su debilidad en términos de liderazgos o propuestas frente a la insidiosa estrategia del Ejecutivo la revela desarticulada de cara al debate electoral de 2026 que hoy encabeza el progresismo de la mano o, cabría decir, gracias a la beligerante oratoria ‘encampañada’ del presidente. Sus malas maneras, tono histriónico o ampuloso, cuando no abusivo, sacuden. Parece que no lo conocieran. Son las reglas de su juego. ¿Alguien sabe cómo competirle? ¿Con qué altura de miras? El factor tiempo ya corre en su contra.