No podríamos desconocer que el sentimiento que más ha aumentado en los colombianos en los últimos tiempos es la impotencia, el cual no surge del vacío, está asociado a la frustración que experimentamos ante el panorama incierto casi palpable en nuestra cotidianidad (crisis económicas, aumento en los impuestos, regulaciones injustas, faltas de oportunidades reales, conflictos sociales, cambios climáticos alarmantes, desempleo, entre otros).
La impotencia es un sentimiento que se caracteriza por la percepción de falta de control o capacidad para influir en una situación o resultado. A menudo se manifiesta como una respuesta emocional ante circunstancias desafiantes o frustrantes, donde la persona se siente limitada en sus opciones y recursos. Esta sensación puede estar acompañada de emociones como la frustración, la tristeza o la ansiedad. A diferencia de una emoción momentánea, la impotencia puede ser más persistente y se asocia a menudo con situaciones prolongadas de estrés, desilusión o desesperanza, afectando la salud mental y el bienestar general de quienes la experimentan.
En un mundo cada vez más incierto, la impotencia se erige como un sentimiento omnipresente que afecta a millones de personas, minando nuestra salud mental y bienestar emocional. Este sentimiento lesiona el ser y alimenta un ciclo vicioso de desánimo y esperanza. Este constante estado de incertidumbre genera una sensación de inestabilidad que afecta nuestras decisiones diarias, desde el miedo hasta la ansiedad sobre el propio bienestar y el de nuestras familias.
Reconocer la relación entre la impotencia y la salud mental es fundamental, ya que solo así podremos abordar estos desafíos y buscar formas de recuperar nuestro sentido de agencia y bienestar en medio de la adversidad.
El “sentido de agencia o autonomía” se refiere a la percepción que tiene una persona de que tiene control sobre sus propias acciones y decisiones, así como la capacidad de influir en su entorno y en los resultados de su vida. Es la sensación de que uno puede actuar de manera efectiva y que sus elecciones tienen un impacto real. Cuando las personas experimentan un fuerte sentido de agencia, se sienten empoderadas y motivadas para perseguir sus objetivos y enfrentar desafíos. Por el contrario, cuando el sentido de agencia se ve debilitado, como sucede en situaciones de impotencia, puede llevar a sentimientos de desesperanza y desmotivación.
La impotencia no discrimina; afecta a todos los seres humanos, sin importar su edad, sexo, creencias, nivel educativo o clase social. Cuando una persona siente que ha perdido el control sobre su entorno, ese sentimiento puede erosionar profundamente su motivación para actuar y avanzar en la vida.
Desde una perspectiva psicológica, la impotencia colectiva tiene efectos devastadores. Las sociedades que se sienten impotentes tienden a caer en la apatía, el escepticismo y, en los peores casos, en el resentimiento. Estas emociones generan frustración y esta a su vez, se convierte en desinterés por lo público, los ciudadanos empiezan a desconectarse del proceso democrático, sintiendo que sus voces no importan, lo cual es un caldo de cultivo perfecto para el debilitamiento de las instituciones democráticas.
La sociedad colombiana está, en muchos sentidos, atrapada en un ciclo de desconcierto. Nos levantamos cada día para enfrentarnos a reiteradas noticias sobre la violencia en todas sus formas, el mal manejo de los recursos, sobre decisiones políticas que parecen estar desconectadas de la realidad y sobre la creciente desigualdad que socava cualquier intento de progreso. El impacto psicológico es profundo, afectando la moral colectiva y nuestra capacidad de soñar con un futuro mejor.
Es necesario, entonces, que tomemos una pausa para reflexionar sobre cómo romper este ciclo. No podemos permitir que el desconcierto y la frustración dominen nuestras vidas. La impotencia no debe ser un destino final, sino una señal de que algo necesita cambiar. Como sociedad, debemos exigir más de nuestros líderes, pero también de nosotros mismos. No se trata solo de votar en las urnas, sino de participar activamente en la vida pública, de cuestionar, de informarnos y de buscar soluciones concretas para los problemas que enfrentamos.
Al final, la impotencia solo tiene poder sobre nosotros si le permitimos gobernar nuestras emociones y acciones. La historia nos ha mostrado una y otra vez que las grandes transformaciones sociales no ocurren cuando todo está bien, sino cuando las personas deciden que ya no pueden soportar más el statu quo. Quizás estemos en ese punto crítico ahora. Como individuos y como sociedad, es hora de reconectar con el valor del compromiso y la responsabilidad colectiva.
La verdadera impotencia no está en lo que no podemos controlar, sino en renunciar a lo que sí podemos cambiar.