El fantasma del omnipotente ‘Big Brother’, de la famosa obra de George Orwell 1984, que instala desde el Estado una policía de pensamiento, está cada vez más vivo, amenazando hasta las democracias más avanzadas. Las censuras o el direccionamiento de la opinión a través de la orientación ideológica del Internet, son solo una muestra de los intervencionismos que menoscaban las libertades.
Ante el surgimiento de las nuevas formas de comunicación y de la democratización de los medios, los estados modernos tienen uno de los mayores desafíos del siglo: conciliar la libertad de expresión con la creciente desinformación. El control de la “verdad” es el poder más preciado en estos tiempos de exceso de información. El que domina sus canales es el que domina el discurso de una sociedad, de ahí la importancia de fomentar el libre mercado de ideas.
Cuando Facebook, Apple o YouTube prohíben ciertos puntos de vista, como lo hicieron hace pocos días impidiendo la reproducción de los contenidos de una página web conspirativa de extrema derecha (Infowars), en realidad intentan apoderarse de lo supuestamente “verdadero”. Calificar o etiquetar una expresión de “extrema’’ para después justificar su prohibición, es el atajo y la receta perfecta para crear un autoritarismo informativo. Así mismo, las soluciones aparentemente más sencillas para luchar contra los “extremos” o la “posverdad”, como la censura o la “moderación”, desde lo privado o lo público, pueden ser las más peligrosas; porque cada vez que se limitan las libertades se crean exclusiones que alimentan en círculo vicioso los supuestos extremismos.
La semana pasada, La Silla Vacía publicó un serio artículo (‘Medios partidistas avivan divisiones en Colombia’, de Peñarredonda y Celia) que atinó en decir que de la polarización de las últimas elecciones han nacido diferentes medios parcializados que jalan hacia los “extremos” políticos. Pero, ¿qué es “extremismo”? El mismo intento de querer definir la palabra o el fenómeno es en sí mismo un peligro porque induce al siguiente paso que es su exclusión. El artículo registra que el “sesgo explícito y agresivo y (…) la falta de estándares periodísticos que los responsabilice por lo que publican, los convierten en una herramienta atractiva para posibles operaciones de desinformación”.
Sin embargo, aunque sea cierto el constato, tenemos que tomar en cuenta que ocho años de amiguismo de los grandes medios nacionales hacia el gobierno han llevado inevitablemente a que diferentes corrientes hayan creado sus propios medios para transmitir sus ideas. A pesar de las dudosas e ideologizadas noticias que pueden circular en estos, no podemos caer en la tentación de inhibirlos o menoscabarlos porque tendría un efecto contraproducente; ya que daría pie a que muchos piensen en la existencia de un monopolio de la “verdad” por parte de una élite periodística inclinada hacia el unanimismo y lo bien pensante.
@QuinteroOlmos