Me permito empezar mi escrito repitiendo lo que escribí hace cuatro años cuando ganó las elecciones Donald Trump. Finalizaré con lo que pienso hoy.
No puedo negar que sufrí con el triunfo del Magnate: bocón, grosero, petulante, humillador de los más débiles, irrespetuoso con las mujeres, calumniador y amenazante de los migrantes, en particular de los latinos. Un charlatán que cambiaba todos los días de discurso, pero que motivó a muchos con su populismo y promesas de hacer de los Estados Unidos “la mayor potencia del mundo”, como si ya no lo fuera. Sin embargo, no me impresionó su triunfo sino ver que después de todas las burlas que profirió contra las mujeres haya habido una buena cantidad de ellas que votaron por él. Y que después de haber ofendido tan gravemente a los mexicanos –y debemos entender que cuando Trump dice mexicanos se refiere a todos los latinoamericanos–, muchos latinos también hayan votado por él.
El egoísmo humano es muy grande. Pero también es la inseguridad: alguien que ha luchado mucho por conseguir por ejemplo la “Green Card” (tarjeta de residencia permanente en USA), le preocupa –de pronto con razón–, que con tantos millones de indocumentados las ayudas para sus hijos se vayan a disminuir. Por lo tanto, si el señor Trump les promete ponerle freno a la llegada de indocumentados para ellos era conveniente apoyarlo, así los hubiera insultado.
Pues bien, las cosas no son tan fáciles, pero lo importante es que la Democracia americana, fuerte y responsable, aceptó sin reclamos el triunfo del señor Trump y el señor Presiente Obama y la señora Clinton –los grandes perdedores de esta campaña electoral–, se ofrecieron a hacer todo lo posible para que el empalme fuera exitoso y el nuevo presidente pudiera llevar adelante sus programas de gobierno con la mayor colaboración posible. Esto lo escribí hace cuatro años cuando ganó Trump contra Madame Clinton.
Hoy podríamos decir lo mismo: con su populismo logró aumentar la votación del 2016 pero tiene a EE. UU. absolutamente dividido, angustiado, desesperado, porque por ahora lo más importante –dada la amenaza del Covid -19– es la salud, algo muy mal manejado por Trump, tanto que el mayor número de muertos han sido los más pobres, en particular emigrantes.
Y ahora el prepotente no quiere aceptar que perdió las elecciones, quiere quedarse en el poder otros cuatro años para seguir destruyéndolo, porque la imagen de Estados Unidos en el mundo hoy es la de un país “imposible”: racista, violento, injusto, absolutamente prepotente, gobernado por un ignorante que no respeta ni siquiera a los científicos. Pero lo más curioso es que Trump –que tanto ha criticado al señor Maduro– e incluso prometió sacarlo de Venezuela como fuera–, ahora está comportándose como Maduro quien a la muerte de Chávez no quiso aceptar su derrota en las elecciones y ahí lo tenemos acabando con el país latinoamericano más rico.
Por fortuna allí lo máximo que un presidente puede quedarse en el poder son 8 años, así que aún si el petulante siguiera gobernando sólo sería por 4 años más, claro que para los americanos y para el mundo tener que aguantar otros cuatro años a un personaje tan desagradable gobernando la máxima potencia mundial, sería una verdadera tragedia. Abogo por que el mundo –que ya tiene tantos problemas hoy–, no tenga que seguir sufriendo con las mentiras, abusos, patrañas, injusticias, petulancias y otras de las singularidades que adornan al abominable Donald Trump.
Blanca Inés Prada Márquez