Me reuní con Jaime Abello Banfi en la icónica Librería Nacional de la 53, bajo el mural de Alejandro Obregón y la mirada atenta de Édgar Ramírez, librero entrañable que ya anuncia su retiro. Conversar con Jaime es como sentarse en un bordillo barranquillero al atardecer, con la brisa de fondo, echando cuentos y ordenando el mundo.
Hablar de las películas de la Cinemateca del Caribe, de libros, de Gabo y sus amigos, con la mezcla de rigor y carcajadas que ha marcado siempre nuestra amistad. No deja pasar una errata en un texto —los detecta como si tuviera una lupa de Sherlock Holmes— y preguntarle es como abrir una enciclopedia, pero al mismo tiempo es generoso, cercano y alegre.
El 8 de octubre recibirá en Nueva York, en la Universidad de Columbia, con la modalidad de mención especial, el Premio María Moors Cabot, el galardón más antiguo del mundo para el periodismo internacional.
Creado en 1938, distingue a quienes fortalecen los lazos entre el periodismo de las Américas y defienden la libertad de prensa. En su lista figuran nombres como Alma Guillermoprieto, Jon Lee Anderson, Ricardo Calderón y Martín Caparrós.
Ahora se les suma Jaime, guardián del legado de Gabriel García Márquez e incansable gestor cultural que ha construido en el periodismo latinoamericano puentes entre generaciones y fronteras.
¿Qué representa este galardón para ti?
Este es un premio clásico a cuya entrega he asistido antes. La noticia de que me lo habían otorgado esta vez me generó sorpresa y extrañeza porque siempre he estado del otro lado: organizando y entregando los premios.
En la Fundación Gabo creemos que los premios son importantes para estimular la vocación y dedicación al periodismo, así como el aprendizaje compartido en una época de cambios acelerados.
Comenzamos con el Premio Nuevo Periodismo que entregábamos con Gabo en Monterrey, México, y ahora tenemos el Premio y el Festival Gabo en Bogotá. Yo mismo he participado como jurado en decenas de concursos de todo tipo.
Este premio tiene integridad y trayectoria indiscutibles. Lo otorga, junto con el Pulitzer, la prestigiosa Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. En 1952 lo recibió Juan B. Fernández Ortega, director fundador de EL HERALDO; a su vez Álvaro Cepeda Samudio estudió periodismo en Columbia; y Gabriel García Márquez, que rechazó tantas distinciones, aceptó en 1971 un doctorado honoris causa de esa universidad concedido por su obra literaria y periodística.
Lo acepté como hito de una línea de tradición caribeña de periodismo y como oportunidad de visibilizar un compromiso, no solo de liderazgo personal, sino de aportes de un equipo humano y de extensas redes de colaboración con la prensa libre y de calidad, la educación para una ciudadanía activa y la cultura como factor de desarrollo.
Hablemos del periodismo hoy, en tiempos de redes sociales, plataformas digitales e inteligencia artificial. ¿Qué lugar ocupa el oficio?
Si se atiende una perspectiva histórica, la transformación ha sido enorme. Cuando comencé en la Fundación, hace 30 años, invitado por Gabriel García Márquez, él ya estaba preocupado por el presente y el futuro del periodismo.
En ese discurso famoso de 1996, El mejor oficio del mundo, advirtió sobre la tecnología disparada sin control, sobre periodistas extraviados en ese vértigo, y sobre el debilitamiento de las salas de redacción, donde antes había un intercambio vital entre veteranos y jóvenes. Eso nos llevó a crear talleres y proyectos que reprodujeran esos espacios de aprendizaje que ya no se encontraban en las redacciones.
En ese momento todavía se hablaba de los medios como el cuarto poder. Hoy ya no se puede decir lo mismo: el verdadero poder está en las plataformas digitales y en el Big Tech, dueños de los algoritmos, que absorbieron la capacidad de control y difusión de la comunicación y la información, así como los ingresos de publicidad a escala global, desplazando los poderes nacionales, regionales o locales.
El sector de medios y periodistas es ahora un actor más, aunque todavía importante, que compite por la atención de las audiencias dentro de un ecosistema comunicativo inmenso, lleno de fuentes y voces, incluyendo de manera creciente contenidos generados por máquinas.
Surge una pregunta central: ¿Qué le queda al periodismo?
A pesar de las adversidades, el periodismo seguirá siendo esencial porque es garantía de humanismo, de independencia, de pensamiento crítico. Es quien investiga lo que incomoda al poder, quien desenmascara la propaganda y la desinformación, quien amplifica las voces de las víctimas, de las minorías, de la gente común que necesita ser escuchada. Muchas veces ese intento honesto por conocer la verdad es la única esperanza que le queda a esas personas.
Eso es insustituible. El periodismo es una de las instituciones indispensables para que haya una sociedad de hombres y mujeres libres, para que haya una esperanza de democracia.
ahí está su verdadero poder hoy: en contar historias que apunten a la verdad y a la justicia, desde una posición independiente. Resistir a la manipulación, mostrar otras realidades, cuestionar los relatos impuestos: eso solo lo puede hacer el periodismo. Ni siquiera la inteligencia artificial podrá reemplazarlo.
¿Qué cualidades deben sostener hoy al periodismo?
Siguiendo la línea fundacional que nos legó Gabo mencionaría en primer lugar que todo periodismo debe ser investigativo por definición: debe averiguar e indagar pero también verificar, comprobar, establecer hechos. No existe periodismo que merezca llamarse así sin una reportería honesta de la realidad para contarla y explicarla.
La segunda es la ética. Gabo lo resumió en una frase bella: en periodismo, ética y técnica son inseparables como el zumbido del moscardón. Ese cuidado ético es un reto permanente: desde cómo describes a alguien, cómo titulas una historia, hasta cómo manejas una imagen. Un error puede dañar la vida de una persona o tergiversar una realidad.
La tercera es la creatividad. Hoy la competencia es por la atención. Hay que narrar y presentar lo investigado de manera que atrape, que emocione, que explique, pero sin pontificar. Gabo lo resumía con otra frase que me encanta: es más fácil atrapar un conejo que a un lector. Ese es el desafío: contar no primero sino mejor y hoy, además, apropiarse de la tecnología como herramienta creativa.
Y cuarta, el espíritu de servicio público. El buen periodismo no es verborrea, no es espectáculo vacío: es servicio de interés público para la sociedad y se debe ante todo a los ciudadanos. La vocación de independencia, de compromiso con la verdad y con las voces de quienes no tienen poder, es lo que hace que este oficio sea insustituible.
Has dicho que la verdadera razón del periodismo hoy está en ser contrapoder. ¿Qué significa eso en la práctica?
Al periodismo le ha tocado migrar de los palacios a las trincheras. Está sometido al desafío de defender su relevancia en medio de la huida y desconfianza de las audiencias ante el ruido digital, la confusión producida por la desinformación, las campañas de descrédito desde la política populista, el cambio en la economía de los medios que dificulta la sostenibilidad para producir periodismo de calidad.
Los ataques y el acoso contra los periodistas aumentan, mientras los indicadores de libertad de expresión y democracia descienden. En algunos países se trabaja ahora desde el exilio.
El escenario es sombrío pero lo que aporta un valor único es el periodismo que incomoda, que resiste, que se atreve a mostrar otras realidades frente a los relatos oficiales, las narrativas impuestas por el auge del populismo político y los flujos de desinformación organizada.
Ese es el periodismo de interés público que apunta a la verdad, que busca justicia, que defiende su independencia ante todo tipo de autoritarismos. Y ahí está su sentido hoy: ser un contrapoder necesario para sostener sociedades democráticas. No porque concentre la información como antes, sino porque mantiene viva la posibilidad de cuestionar, de abrir otras miradas, de garantizar que la democracia no se reduzca a un espejismo.
En casi tres décadas al frente de la Fundación Gabo, ¿Cuál ha sido el mayor desafío para mantener vivo el legado sin convertirlo en monumento?
Aparte de la búsqueda de recursos el gran desafío ha sido equilibrar la fidelidad a la misión original con la necesidad de adaptarnos a una realidad que cambia. Gabo decía: ‘lo mejor es lo que pasa’. Esa frase nos ha guiado. No podemos aferrarnos a modelos fijos: necesitamos flexibilidad.
Hoy trabajamos en tres frentes: primero, la misión original de promover el periodismo de excelencia y el combate a la desinformación, con nuestros talleres y seminarios de formación, premios y becas de apoyo, y con el Festival Gabo que cada año celebra lo mejor del oficio y abre diálogos con la ciudadanía; segundo, la educación mediática de niños y jóvenes, porque necesitamos ciudadanos preparados frente a la avalancha desinformativa y que desarrollen de manera creativa y ética su poder ciudadano de contar y poner a circular historias; y tercero, el legado de Gabo, que entendemos como un activo de desarrollo social y cultural.
Desde 2015 pusimos en marcha el Centro Gabo de manera virtual y ahora hemos firmado el comodato de su casa en Cartagena, que será espacio de turismo literario, talleres y encuentros. Este año hicimos con la Biblioteca Nacional de Colombia y el Ransom Center de la Universidad de Texas una exposición extraordinaria: “Todo se sabe. El cuento de la creación de Gabo”. Acabamos de publicar un libro biográfico espectacular hecho por su curador, Álvaro Santana, repleto de imágenes y documentos: “Gabriel García Márquez: vida, magia y obra de un escritor global”.
Has dicho que la Fundación es “esencialmente Caribe”. ¿Qué significa para ti esa identidad?
Desde el inicio con Gabo tomamos la decisión de que la Fundación debía estar aquí, entre Barranquilla y Cartagena, y no en Bogotá, México o Madrid. Queríamos mantenernos apegados a nuestra raíz y alejados de los centros de poder político e intelectual.
El Caribe, con todas sus peculiaridades, significa gran vitalidad, diversidad étnica y cultura popular, pero también desigualdad, rezago, corrupción, calor, rebusque. Esa tensión obliga a ser creativos, a resistir y a reinventarnos.
Disfruto profundamente de mi raíz caribeña. Aunque viajo constantemente, siempre vuelvo aquí. Hemos demostrado que desde este territorio periférico podemos proyectar una voz universal. Pero también debemos reconocer nuestros rezagos: educación, salud, nutrición, institucionalidad.
No basta con celebrarnos: tenemos que asumir responsabilidades colectivas para transformar nuestra región. Desde la Fundación Gabo aspiramos a contribuir al desarrollo de las economías creativas en la región y a la construcción de un ecosistema cultural sostenible que active una oferta de servicios y oportunidades como espacio de desarrollo humano y educativo para las mayorías.
La familia de García Márquez tiene un papel importante en cómo se proyecta su legado. ¿Cómo ha sido esa relación con Rodrigo y Gonzalo, sus hijos?
Es fundamental: Rodrigo y Gonzalo han tenido una actitud generosa, abierta y confiada con la Fundación. Lo vemos ahora con el comodato de la Casa de Gabo en Cartagena, que acabamos de firmar con ellos. Eso nos permitirá convertirla en un espacio vivo para talleres, debates, encuentros, recorridos turísticos de pequeños grupos y otros eventos.
Es un gesto de confianza que valoramos mucho, porque significa que la familia no quiere que la casa se convierta en un mausoleo, sino en un lugar de reflexión, inspiración y creación de relevancia local, nacional y mundial.
Esa misma apertura es la que han tenido frente a nuevas adaptaciones de la obra de Gabo. Dieron luz verde, por ejemplo, a la serie de Cien años de soledad que produce Netflix y a otras iniciativas en teatro o cine que buscan reinterpretar su literatura.
Creemos que nuestro papel no es mitificar a Gabo, sino usar su vida, obra e ideas como motor para inspirar, formar y movilizar, como punto de partida y no como punto de llegada. La familia también lo entiende así: Gabo es un patrimonio colectivo de Colombia, América Latina y el mundo que necesita estar vivo y en movimiento, no congelado en homenajes o monumentos.
En 2027 se conmemorará el centenario del natalicio de García Márquez. ¿Cómo se están preparando para ese momento?
Estamos trabajando ya con esa fecha en el horizonte, en alianza con CAF y otras organizaciones. El centenario no puede ser solamente una conmemoración protocolaria: debe ser una oportunidad para ampliar la mirada sobre Gabo, sembrar su semilla creativa, ética e inclusive productiva, releerlo y acercarlo a nuevas generaciones.
La idea es que no se limite a reediciones, cátedras y actos solemnes, sino que impulse un movimiento cultural, a nivel nacional, regional y global. Ese es nuestro reto: que en 2027 no solo recordemos a García Márquez, sino que lo volvamos a descubrir.
Que los jóvenes que no lo han leído lo encuentren, que las comunidades lo apropien, que su obra siga inspirando creatividad, pensamiento crítico, interés ciudadano. Es la mejor manera de rendirle homenaje.
Has recibido varios reconocimientos a lo largo de tu trayectoria y ahora llega este, entregado por la que muchos consideran la escuela de periodismo más prestigiosa del mundo
Repaso y veo que me han honrado con la Medalla Puerta de Oro de la Gobernación del Atlántico, la Orden Manuel Murillo Toro al mérito en comunicaciones del Gobierno Nacional, la Medalla Roble Amarillo de la Universidad del Norte, la Orden de Isabel la Católica de España en la categoría de Cruz de Oficial, y ahora con mención de honor el Premio María Moors Cabot de la Universidad de Columbia.
Cada caso tiene su significado especial, pero lo que me enorgullece y estimula de todas es el reconocimiento a la idea que me mueve: la convicción de que el periodismo y la cultura son capaces de transformar vidas y sociedades.
El próximo 8 de octubre, cuando suba al escenario de la Universidad de Columbia a recibir el Premio María Moors Cabot, no será solo Jaime Abello Banfi el reconocido. Ese aplauso también celebrará a una tradición caribeña de periodismo y cultura que, gracias a su empeño, sigue viva, creativa y en diálogo con el mundo.