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El parque del barrio Simón Bolívar volvió a ser punto de encuentro. Esta vez, no por la música de una verbena ni por los juegos mecánicos que en otro tiempo instaló Enrique Salcedo con la ayuda de comerciantes y vecinos, sino por la develación de un monumento en su memoria. A poco más de 25 años de su partida, su figura, el primer Rey Momo del Carnaval moderno, vuelve a convocar a la gente.

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“Nosotros estamos muy contentos y muy agradecidos con Carlos Amaya, que tuvo la iniciativa de recuperar ese busto y darle nueva vida”, cuenta Martha Molina, hija de Salcedo.

Para la familia Salcedo, el homenaje es un impulso en la tarea de mantener vivo el legado de quien supo entregarle al Carnaval mucho más que un disfraz.

Jesús Rueda/El Heraldo

Martha recuerda con claridad cómo la gente ha vuelto a acercarse al parque, como en los años en que su padre estaba vivo: “Yo he visto el cambio, muchas personas otra vez vienen como antes. Es como si de donde esté él le dictara las ideas a Carlos, porque yo no me había encontrado en tantos años con alguien que copiara tantas ideas de mi papá”.

El hombre detrás del disfraz

Enrique Salcedo fue escogido en 1995 como el primer Rey Momo del Carnaval, cuando un grupo de gestores culturales decidió crear una figura paralela a la Batalla de Flores para llevar la fiesta a otros sectores de la ciudad. “Ese fue un proyecto que salió en la Sociedad de Mejoras Públicas. No hubo postulaciones: en esa reunión todos estuvieron de acuerdo en que el primero debía ser él. Y así llegó a la casa, de madrugada, a decirnos: ‘Soy el Rey Momo del Carnaval’”, recuerda su hija.

El anuncio no dejó espacio para el sueño. La familia entera se volcó a preparar lo necesario: “El vestido lo hicimos en la casa, tirados en el piso. La corona la construyó él mismo con la ayuda de un hijo mío, porque era muy delicada de armar. Y el cetro lo hizo de un vaso plástico con cajitas de pólvora decoradas. Así era él: creativo, práctico y con un espíritu inquebrantable”, relata Martha.

Orlando Amador/El Heraldo

Ser Rey Momo fue para Enrique Salcedo la culminación de una vida dedicada al Carnaval y a su barrio. Desde joven improvisaba disfraces con materiales reciclados, desde tapas metálicas hasta conchas de achiote. Más tarde, ya como líder, organizó grupos, ayudó a montar comparsas y hasta se inventó los primeros juegos mecánicos del parque con la fuerza de su taller y la colaboración de vecinos.

Un legado en comunidad

El recuerdo que más emociona a Martha es la capacidad de convocatoria de su padre. “En mi casa, en Simón Bolívar, nació la Asociación de Grupos Folclóricos del Atlántico (Agfa). Ahí, debajo de un palito de almendras, se hacían reuniones año tras año”.

La generosidad era parte de su carácter. A falta de apoyo institucional, Enrique buscaba recursos donde pudiera. “Había años en que no había plata y el Carnaval se caía. Mi papá siempre encontró la manera de resolver. Lo que decía, se hacía”, dice su hija.

Jesús RuedaDevelación del busto en honor a Enrique Salcedo.
Jesús Rueda/Jesús RuedaDevelación del busto en honor a Enrique Salcedo.

Ese liderazgo lo convirtió en un referente no solo para el barrio, sino para el Carnaval. Distintas empresas le respaldaron en su año como Momo, y en cada presentación su carisma atraía multitudes. “Para él, eso fue su mayor logro, su mayor aspiración. Se sintió pago después de tantos años de lucha”, recuerda Martha.

El peso de la herencia

La muerte de Enrique Salcedo en abril de 2000 dejó un vacío difícil de llenar. “Mi papá, en sus últimos días, me decía: ‘Este Carnaval, haz lo que puedas’. Y antes de morir me pidió: ‘Marta, no vayas a dejar caer todo lo que llevé adelante. Tú eres el pilar’”, cuenta su hija, todavía con la voz quebrada al recordarlo.

Desde entonces, Martha asumió la tarea de mantener viva la tradición familiar. No ha sido fácil: los costos son altos, el apoyo irregular y las comparaciones inevitables. “Uno se esfuerza, trabaja, se endeuda. A veces duele ver que se priorizan otros parámetros. Pero yo me mantengo porque ya tengo un rango como líder de la tradición, y cuando voy a la Batalla de Flores mi disfraz está entre los más antiguos, aún me acompaña Ismael Escorcia, El Descabezado del Carnaval”.

Un homenaje con futuro

El busto restaurado en Simón Bolívar no es solo un tributo a Enrique Salcedo, sino a todos aquellos que construyeron la fiesta y hoy parecen olvidados.

“Ojalá se preservaran todas las estatuas que se hacen en honor a estas personas. No las dejen a la desidia, porque la cultura es importante. Es la manera de recordar a quienes fueron pioneros dentro del Carnaval”, reflexiona Martha.

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Y aunque los recuerdos se le entrecortan en anécdotas que mezclan alegría, esfuerzo y hasta lágrimas, hay una certeza que la acompaña: el legado de su padre sigue vivo cada vez que alguien se acerca al parque, cada vez que un disfraz revive su ingenio, cada vez que la memoria del barrio Simón Bolívar lo nombra.

Porque, al fin y al cabo, Enrique Salcedo supo hacer de la solidaridad su mejor disfraz.