No debería ser un acto heroico, ni vivirse en silencio, con culpa o vergüenza, pero lo cierto es que, en pleno 2025, amamantar sigue siendo visto como un sacrificio y no como un derecho fundamental, una herramienta de salud pública y una forma primaria de igualdad.
Entre el 1° y el 7 de agosto se celebró la Semana Mundial de la Lactancia Materna, una fecha que, año tras año, insiste en recordar que la leche materna es el primer alimento, el más completo, el más humano, y que aún está rodeada de prejuicios, obstáculos y desconocimiento.
Considerado todo un lenguaje de amor, una lactancia adecuada puede prevenir más de 800 mil muertes infantiles y 200 mil muertes maternas al año. Y es que según la pediatra Diana González, este alimento impacta positivamente en el sistema inmune, favoreciendo la respuesta a infecciones vírales bacterianas y reduciendo enfermedades alérgicas.
“La leche que viene de la sangre materna, es un líquido vivo, y funciona como escudo, es parte esencial del sistema inmune natural, gracias a que la leche humana tiene células de las defensas, sustancias antiinflamatorias, microorganismos buenos (probióticos)”.
Mientras los sistemas de salud luchan por reducir las cifras de hospitalizaciones infantiles y el gasto en medicamentos, la ciencia y la experiencia clínica coinciden en una solución tan poderosa como la leche materna.
No es exageración. También lo respalda la observación diaria de pediatras que, como González han visto cómo los bebés amamantados exclusivamente durante sus primeros seis meses se enferman menos, se recuperan más rápido y necesitan menos intervenciones médicas.
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“Es maravilloso ver cómo los bebés alimentados de manera exclusiva, sin otros alimentos ni fórmulas, durante sus primeros seis meses responden mejor a los tratamientos cuando enfrentan infecciones. Su recuperación es más rápida, hay menos ingresos hospitalarios y menos necesidad de exámenes”.
Pero la leche materna no solo alimenta. Actúa como un escudo inteligente y dinámico. Cuando el bebé enfrenta un virus, la madre produce, a través de su leche, anticuerpos específicos para ese microorganismo. “La lactancia es personalizada, se adapta a cada necesidad del bebé. Es el lazo más puro que cuida desde que se nace”.
Amamantar también disminuye la incidencia de alergias comunes como la rinitis, la dermatitis atópica, el asma y la temida alergia a la proteína de la leche de vaca. Y a largo plazo, la lactancia materna ayuda a prevenir enfermedades crónicas como la obesidad y la diabetes tipo 2, que afectan a millones de adultos actualmente.
Clave nutricional
En los primeros mil días de vida (desde la concepción hasta los dos años), se escribe en silencio una parte determinante del futuro de cada ser humano. Y en ese guion biológico, la nutrición tiene un papel protagónico que puede marcar la diferencia entre un desarrollo pleno o un retraso irreparable.
“Hay una extensa evidencia científica que confirma que este es un período crítico para promover un desarrollo óptimo. Pasado este tiempo, es muy difícil revertir los daños provocados por una mala nutrición temprana. Esos daños pueden traducirse en un aumento de la morbilidad, de la mortalidad y en un retraso del desarrollo psicomotor”, aseguró a EL HERALDO la Magíster en Nutrición Clínica, Elvira Cheij.
¿Y la leche de vaca?
Uno de los grandes errores que aún se cometen en algunos hogares es introducir la leche de vaca como alternativa a la leche materna en los primeros meses de vida. Aunque común, esta práctica puede tener serias implicaciones para la salud del recién nacido.
“La leche de vaca tiene una alta concentración de proteínas, sobre todo caseína, que resulta excesiva para lo que necesita el organismo del recién nacido. Es difícil de digerir y puede provocar inflamación y alergias alimentarias, además de sobrecargar órganos inmaduros como el riñón”.
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En contraste, la leche materna (LM) está biológicamente diseñada para cubrir con exactitud las necesidades nutricionales del bebé. Contiene lactoalbúmina, una proteína de alta tolerancia y mejor absorción; lactosa, el azúcar ideal para su metabolismo, y una combinación de ácidos grasos esenciales (AGE), indispensables para el desarrollo del cerebro y la visión.
“Aporta ácidos como el linoleico (omega 6) y el alfa-linolénico (omega 3), así como LCPUFA (ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga), entre ellos el DHA y el EPA, cruciales para el desarrollo cerebral y visual del niño”, agregó Cheij.
Algunos mitos
En muchos hogares aún circula un mito que preocupa a madres primerizas y debilita el compromiso con la lactancia: ¿Y si mi leche es de mala calidad?, ¿Y si se me acaba a los pocos meses?
Ante esta inquietud, el pediatra Álvaro Duarte, fue enfático en decir que el 99 % de las madres producen leche de excelente calidad, y que se adapta constantemente a las necesidades de cada bebé, incluso en distintos momentos del día.
“Ni siquiera la leche de una mamá es igual a la de otra. Incluso varía dentro del mismo día: por ejemplo, en la noche puede ser más grasosa, y durante el día más clara, para hidratar. Todo depende de lo que el bebé necesita en cada momento”.
El especialista aclara que solo en casos muy excepcionales, como en madres con desnutrición severa, la leche podría no contener todos los nutrientes requeridos. “Pero tendría que ser una desnutrición extrema, y aun así, la leche sigue siendo un alimento valioso”, resalta.
Uno de los errores más comunes, y a la vez más dañinos, es introducir biberones o fórmulas antes de los seis meses, lo que interrumpe el ciclo natural de producción de leche. ¿La razón? El bebé al sentirse más lleno, succiona menos, y al succionar menos, el cuerpo de la madre deja de producir la misma cantidad.
“La leche de fórmula llena más, pero alimenta menos. Eso hace que el niño tenga menos hambre, coma menos del seno y, por tanto, la madre produzca menos leche. Así es como, en muchos casos, se dice que la leche ‘se acabó’, cuando en realidad fue reemplazada por otro alimento de menor valor biológico”.