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En el salón número 2 del Bloque M de la Universidad del Norte se escucha a lo lejos el sonido poderoso de una batería. Ahí está él. Cuando entramos e interrumpimos su ensayo, se levanta cordialmente y a cada uno del equipo periodístico de EL HERALDO da su mano y se presenta: “Soy Daniel Agudelo, mucho gusto”, dice con una sonrisa de amabilidad y quizá nerviosismo.

Conversamos brevemente sobre la entrevista y pide un momento para prepararse. Sale del salón. A los 5 minutos regresa con toda la disposición para contarnos su historia, una de esas que parecen sacadas de una película, pero la realidad supera la ficción.

A punto de terminar sus estudios en el programa de Música de la Universidad del Norte, Daniel acaba de lograr lo que para muchos músicos puede tardar años: lanzar su primer disco. Crossing (en español Travesía), un álbum de jazz fusión que no solo demuestra su virtuosismo como compositor y percusionista, sino que también condensa una vida marcada por la perseverancia.

Tres piezas instrumentales componen el álbum: Unknown land (Tierra desconocida), Facing Danger (Enfrentando el peligro) y Unique (Único). Tres capítulos de una travesía emocional que narra, sin palabras, su proceso de diagnóstico y aceptación del autismo, así como las herramientas que ha construido para habitar el mundo.

“Desde los 7 años, cuando me metieron a una escuela de música, mis papás, Vanessa Ballesteros y Edilberto Agudelo, y yo nos dimos cuenta de que tenía habilidades que se desarrollaban mejor a través de la música”, cuenta Daniel, con un tono que mezcla gratitud y determinación. Lo que al principio fue una estrategia para “distraerlo” o “estimularlo”, se convirtió rápidamente en un camino de vida. A los 7 años, ya tocaba el piano. A los 10, ya experimentaba con percusión folclórica. Y para cuando llegó a bachillerato, tenía claro que no había otra ruta posible: iba a estudiar música.

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El ingreso a la universidad no fue sencillo. Daniel, becario además de la Fundación Tecnoglass, lo dice sin tapujos: “Al principio no me fue bien, me costó acostumbrarme al cambio de entorno”. Pero con ayuda, especialmente de la Ruta de Inclusión, y tiempo, se adaptó. Se aferró a lo que mejor sabe hacer: crear, escuchar, traducir emociones en sonido. Ahora, en octavo semestre, dice sentirse “bien” y más seguro que nunca. Y no es para menos. Crossing, grabado en febrero de este año en Jambo Records, es la prueba tangible de todo lo que ha cultivado.

A ritmo vertiginoso

La primera sorpresa para quien escucha el disco es el vértigo. Un jazz movedizo, técnico, limpio, con toques inesperados de otros mundos sonoros. De repente, entre una improvisación rápida y una estructura libre, aparece un chandé: ese ritmo tradicional del Caribe colombiano que hace vibrar tambores y pies en carnaval.

“Pensé que si iba a hacer mi primer disco, tenía que poner algo de lo nuestro. Algo que hablara de mis raíces”, explica. El chandé aparece al final de Unknown land, como un guiño a su infancia tocando percusión folclórica en el colegio, como una firma en clave de identidad.

Jeisson Gutierrez

Daniel habla con naturalidad de las mezclas que le dan forma a Crossings: jazz, música árabe, flamenco, drum and bass, ritmos folclóricos del Caribe. La suya no es una mezcla por eclecticismo, sino por necesidad expresiva.

“Este disco es mi historia”, repite. Y lo dice sin dramatismos, como quien cuenta un hecho cotidiano, pero determinante. En cada canción se refleja una etapa de su vida, desde los primeros años de terapias hasta el momento actual, en el que se reconoce como músico, compositor y creador de su propio lenguaje.

Lleno de influencias

El jazz, sin embargo, no siempre fue su estilo. Antes de entrar a la universidad, era más rockero. Pero en las primeras clases de armonía, improvisación y teoría, algo cambió. Descubrió el universo del jazz y su apertura. Empezó a escuchar a los grandes: Charlie Parker, John Coltrane, Miles Davis. Y luego se enamoró de propuestas más contemporáneas, como el dúo Domi & JD Beck. “JD Beck es un baterista joven, un prodigio, y Domi es una pianista francesa increíble. Me inspiran mucho”, dice.

A ellos suma una figura clave en su formación: el baterista barranquillero Nacho Nieto, quien además fue su profesor en la universidad y productor del disco, así como Rodrigo Villalón.

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Nieto no solo le enseñó a Daniel los secretos del jazz, sino que le mostró cómo traducir los ritmos folclóricos del Caribe a la batería, cómo tender puentes entre lo tradicional y lo contemporáneo.

“Me ayudó mucho en el proceso de grabación y en la construcción del sonido del disco”, cuenta Daniel. Junto a él, participaron también Daniel Márquez, egresado del programa de Música, en el piano, y Jesús Maturana, músico de Bellas Artes.

Hay algo que atraviesa cada respuesta de Daniel: la conciencia de que su condición no es una limitante, sino una parte de su proceso artístico. “La música ha sido una herramienta con la que puedo salir adelante. Es lo que mejor me da, en lo que más talento tengo. Y me permite contar mi historia”, dice.

El disco no busca ser un manifiesto sobre el autismo, pero sí es, en el fondo, una declaración de autonomía: el sonido como forma de habitar el mundo, como forma de entenderlo y también de compartirlo.

La universidad también ha jugado un rol importante en este proceso. El profesor Camilo Puche fue quien lo conectó con el departamento de comunicaciones, y gracias a esa gestión el disco ha empezado a circular en medios locales. “Estoy muy agradecido porque estas entrevistas me han ayudan mucho para mi proyecto profesional”, afirma. Y aunque aún está en la búsqueda de escenarios para tocar en vivo, ya tiene claro que quiere seguir componiendo, tocando y compartiendo su música.