El Heraldo
Dibujo a lápiz que aparece como portada de ‹Cantos azules›. Revólver
El Dominical

Cantos azules y otras estaciones peligrosas

La nueva obra del escritor barranquillero Carlos Polo contiene poemas para los corazones agujereados, los lobos desangrados y los que buscan coraje para, como ha escrito el cronista dominicano Frank Báez, «seguir enfrentando el infierno cotidiano».

HIGIÉNICOS EJERCICIOS DE ESCAPE

Ayer soñé con una linda niña rubia y delgada, de hermosos senos
frugales, de mirada tierna y tímida, que en sus ojos guarda diminutos
arcoíris.
Ayer soñé con una muchachita que cargaba en su sonrisa algunos
secretos de los discretos rayos solares y en su contoneo de caderas
un misterio fresco y primaveral que invoca extraños hechizos.
Ayer soñé con una muchachita pálida como un suspiro, que se me
enganchó del brazo y decidió caminar a mi lado cuesta arriba, en el otro lado del camino.
Ayer soñé con esa flaca que me alquiló sus sustanciosos huesos, los
mismos con los que me apuñala de vez en cuando.
Ayer soñé con esa niña recién estrenando su mayoría de edad
prestándome expectante y nerviosa la curvatura de sus firmes
nalgas, mientras que yo me recuperaba de la herida con la que vine al mundo.
Ayer soñé que estaba soñando y al despertar entendí por qué esa
ausencia dentro de mi pecho y por qué dejó de retumbar desde el día
en que la conocí ese tambó que allí habitaba. Al mirar al costado de
mi cama, escuché el redoble de dos tambores y, alucinado, vi a esa
misma flaca de pececitos de colores en los ojos dormir plácidamente
con el impune objeto del delito metido entre su pecho latiendo a doble ritmo.
Si hoy me preguntan por qué soy un descorazonado, lo mejor es que
le pregunten a esa flaca que se mete todas las noches en mi cama qué
es lo que hace con dos corazones.


BLUES PARA LOBOS DESANGRADOS

Cuando me mires a los ojos,
y mi mirada esté en otro lugar,
no te acerques a mí,
porque sé que te puedo lastimar.
Charly García

Ahora que el dolor se enrosca entre canciones
y me habita como un gusano malherido
arrastrándose burlón entre mis llagas.
Ahora que ha despertado el instinto asesino,
hambriento como una serpiente en el verano,
es necesario saciar esta sed que me carcome,
combatir la comezón del corazón crucificado y
vomitar este espinoso vinagre que borbotea
en mis entrañas.
Ahora que retornan los puñales
con sus mordiscos traicioneros,
ahora que acuso la pedrada al perro flaco y callejero,
ahora que mis muñecas son clavos,
mi costado es lanza y herida,
mi espalda azotes y mi frente espinas.
Ahora, justo ahora,
apuro con sedienta desvergüenza
el sabor de todos los llantos.
Y esta inútil humedad en los ojos
y este sol que calcina la risa.
Ahora, justo ahora, echo de menos
la inocente irrealidad de mis asiduas pesadillas.

ELEGÍA PARA UNA NIÑA

Cómo se te va, pasar por la cabeza
si eso fue hace tanto pero tanto…
Qué va, algunos dicen que esas cosas no se olvidan.
Quizás por casualidad o por capricho,
un viento del ayer te susurre al oído en la cocina,
entre tomates y cebollas,
o tal vez en la oficina, entre papeles y facturas.
Pero cómo se te va pasar por la cabeza
si hay tanto en qué pensar:
los servicios atrasados, la lista de los útiles,
la ropa de los niños…
Hace tanto que no tienes ocho años
y te crecieron un marido,
una casa y dos tesoros que ríen.
Permíteme tontear con la nostalgia,
mi niña primorosa de ocho años.
¿Recuerdas cuando jugabas con aquel niño
de la mirada triste
y los granos de café en las pupilas al papá y a la mamá
escondidos detrás del viejo Ford, agachados,
para descubrir el sabor de almíbar
que esconde un beso?
Pero no, cómo se te van a pasar por la cabeza
esas cosas del ayer
si aquí el único ladrón de tiempo soy yo,
el del oficio doloso,
el de la hoja y el lápiz.
Ese al que únicamente le crece la nostalgia
y la barba ripiada.
Cómo se te va a pasar por la cabeza
aquel carnaval jugueteando en mi terraza
con la carita pintada y el sol metido en la boca.
Cómo vas a recordar mi orgullo
y nuestro secreto con sabor de almíbar.
Cómo va a pasar por tu cabeza,
si no hay tiempo en esta vida para las cosas bellas,
entre deudas, tragedias y supermercados.
Quizás sí te acuerdes, Karla Paola,
de los granitos de café, la mirada triste,
y ese primer roce de labios detrás de un carro viejo
varado como una ballena encallada
en la terraza de tu casa.

CANTO DE LA INDIFERENCIA

Despierto y me acompaña el melancólico blues de los leones cantando
sus penas de cautiverio y del zoo se escapan otras canciones y otras
tristezas de otros presos.
Y el asombro de mi niño endulza el lento despertar, anotando con su
vocecita de ángel y su lenguaje recién estrenado.
¡Papa, oye ion, oye ion!
Levantando el dedito y señalando en dirección al zoo que guarda
impávido a sus reos.
El periódico me enseña sus miserias con las ventanas abiertas.
Más muertes en Irak, más fosas comunes halladas al pie de monte,
la desnutrición que asoma sus huesos en Guatemala, el ambiente
político en general y su terrible hedor a cloaca.
Masacres de indígenas que quedan en la impunidad, secuestros,
muerte, cataclismos y el acecho implacable y sigiloso de un tal
cambio climático.
El espejo me devuelve una imagen extraña: me ha crecido la calva,
el colesterol, la capa adiposa de mi abdomen, el cansancio, y a mis
músculos la flacidez, y el desencanto.
He perdido mi bordillo predilecto, mi esquina favorita. He venido
ganando tiempo frente al televisor, el computador y otros tantos
menesteres sedentarios.
Definitivamente, el mundo no cabe entero en un poema, y ante tanto
desasosiego he decidido levantar los hombros, abrir las páginas
ciegas de un libro o sedarme con el programa de las ocho. Afuera,
en otra parte, estallan las bombas, una pandemia nos amenaza con
sus dientes, los polos se derriten y las esquirlas del mundo que se
quiebra se me incrustan como astillas en el alma…
A pesar de los muertos, la hambruna, los huracanes, el temblor de
la tierra, el aumento vergonzoso de tanta mala noticia, la pedofilia,
el parricidio y la traición, lo único capaz de sacarme de casillas,
salarme el corazón, despertar de mala forma el acre temblor de mi
carácter, es ese momento exacto cuando con un gesto de cansancio
e indiferencia me cierras la entrada al paraíso de tu centro.

ESTACIÓN PARA CORAZONES AGUJEREADOS

Aquí estoy, desahuciado, medio muerto, resacoso.
Padeciendo esta especie de enfermedad abstracta
que no la entiende ni la ciencia.
Es que de vez en cuando se me congela la tristeza
y se queda ahí como visita indeseada.
A veces sucede que… me bebo, orino por ahí,
vomito, mezclo, fusiono sin control
cerveza, vino, ron, vodka, qué sé yo, lo que se ofrezca.
Entonces, me fumo, me duelo, me lloro.
Agito un poco el canasto y ahí está
el zumbido persistente de las termitas
que se me comen el corazón de a poquito,
lento, pausado.
Es que no encuentro analgésico que detenga
este rabioso choque de los días.
Entonces me vigilio la noche y me sueño la mañana.
Despierto, tarde, combato un poco con el calor,
y bueno… aquí estoy, desahuciado, enfermo,
medio muerto.
No se trata de pedir ayuda o auxilio.
Lo que sucede, y no es por la resaca,
es que no sé cuándo, dónde, ni por qué
poco a poco se me han venido agotando
los motivos para la risa.

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