Muchos aficionados barranquilleros se quejan retrospectivamente por el poco tamaño que se planificó en 1.932 (para terminarlo a fines de 1.934) del estadio que los majaderos de la época llamaban “municipal”, porque tenían sólo municipalizada la mente, que más adelante decidieron liberarse de la municipalización que los aprisionaba, para bautizarlos con fechas o próceres.

Ya lo último floreció en Barranquilla y de un tiempo hacia acá hay ciudades colombianas que imitan nuestra idea, de bautizar con los nombres de los grandes deportistas del momento, que son los que más merecen el homenaje.

El hoy Romelio Martínez fue una belleza nunca vista. Podemos dar fe de la cara de asombro con su fondo de envidia de los dirigentes interioranos cuando vinieron a Barranquilla para las olimpiadas nacionales que lo inaugurarían. Todos ellos venían de sus estadios de madera (lo mismo que la costa, que no lo decimos para ridiculizar regionalmente) y se toparon de golpe y porrazo con un recinto de hierro y cemento en gradas, techos y columnas. Y por primera vez con una grama bellísima, traída de las islas Bahamas; con pinos japoneses sembrados a lo largo de la gradería de sol que daba hacia la calle 72.

Un estadio construido exclusivamente por las EE.PP.MM. que de igual manera era no solo la primera que se entronizó en Colombia, sino la mejor de todas, como producto del convenio internacional con los banqueros de Chicago, y por consiguiente reducidos tenía en los confines a políticos y politiqueros del patio. Un estadio totalmente construido además por una entidad municipal, caso inaudito en Colombia. Don Samuel Hollopeter quiso que fuera un polideportivo, pues allí se boxeó, se jugó fútbol, béisbol, básquetbol (con una cancha de madera ensamblada traída de Estados Unidos), que esta es la hora que no hemos visto nada igual en el país.

Pero fue un estadio pequeño. No para la época, pero sí para el futuro. Se hizo con capacidad para 10 mil personas, para una ciudad que iba aceleradamente hacia los cien mil habitantes No se quiso mirar el ejemplo del Hotel El Prado, construido en 1.925 con una capacidad y una imponencia que deslumbró a tirios y troyanos, montescos y capuletos, que no habían visto nada que se le aproximara.

Más temprano que tarde hubo que ampliar el Romelio y ¡oh, frustración!!Oh, tristeza y abatimiento! La ciudad ya estaba en poder de politicastros de ocho al cuarto y no se pensaba en gente grande para grandes cosas, sino en profesionales de medio pelo, que eso está reciente para describirlo. La ampliación de la tribuna de sol iba para atravesar la 72 y hubo que paralizarlo todo. Y no digamos más, que estamos muy longevos para llorar...

Chelo De Castro C.

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