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Rebosantes de energía y optimismo, cientos de fanáticos del Junior se dieron cita en una auténtica ‘Casa Rojiblanca’ situada en el barrio El Ferry con el objetivo de alentar desde la distancia al equipo de sus amores. En ella, el ambiente cálido y festivo que originan los encuentros del Tiburón se percibe desde el momento en que se pisa por primera vez su territorio, sobre todo, cuando está en juego la gloria.

En la previa, algunos simpatizantes se animaron a sugerir lo que para ellos sería la clave para obtener el título. 'Si hacemos una buena presión y Vladimir está encendido, ganamos ese partido', dijo Miguel Orozco, uno de los hinchas rojiblancos que se agolparon en la carrera 7B con calle 6.

El pitazo inicial coincidió con los primeros juegos pirotécnicos que un grupo de entusiastas encendieron para iluminar una noche que prometía ser especial. En ese instante, la marea rojiblanca ya había ‘inundado’ la calle escogida por muchos para respaldar al equipo de sus amores.

se Inicia la acción

El gol tempranero de Atlético Nacional cayó como un baldado de agua fría para la hinchada juniorista que aún no terminaba de acomodarse en sus sillas. Sin embargo, pocos segundos después empezaron a entonar sus cánticos para empujar a los dirigidos por Alexis Mendoza.

A los tres minutos llegaron los primeros aplausos de la noche, gracias a una aproximación del onceno currambero en los pies del paraguayo Roberto Ovelar. Uno de los más animados durante los 90 minutos fue Juan Sebastián Rico, un pequeño de 12 años que siente 'mucho orgullo' por haber nacido en Barranquilla y ser hincha del Junior.

Su pasión la lleva marcada en el costado izquierdo de la cabeza, donde decidió pintarse la soñada octava estrella. Otros optaron por lucir gorros navideños adornados con los colores del equipo de la tierra. Globos, serpentinas y cornetas también sirvieron como adorno de la sucursal ‘tiburona’ de El Ferry.

Cada pelota que llegaba a los pies de Vladimir Hernández para combinarse con el ‘Búfalo’ representó un motivo para poner en su punto más alto el optimismo de los seguidores. Con los mismos cánticos con los que hacen vibrar las tribunas del Estadio Metropolitano, hacían hasta lo imposible por contagiar a los jugadores con su inagotable energía.

Más emociones

Un remate de Ovelar que se fue rozando el vertical izquierdo del arco custodiado por Franco Armani levantó de sus asientos a los fanáticos. Desde ese instante, la atmósfera del lugar se recargó de energía y entusiasmo. En efecto, cada llegada al pórtico verdolaga simbolizaba una razón para conservar la fe.

Los últimos minutos se vivieron con intensidad. En medio de cánticos y brincos este punto de la ciudad se convirtió en una verdadera réplica del Roberto Meléndez. El anhelo de acariciar la gloria se apoderó del lugar y el pitazo final se festejó como si la meta se hubiera alcanzado.

Durante los disparos desde el punto penal, las gargantas se esforzaron al máximo y los brazos no dejaron de agitarse, todos con el propósito de transmitir al equipo la fuerza necesaria para alzarse con el título. Ese objetivo, sin embargo, quedará aplazado hasta una próxima ocasión.