Por allá en los años 60 Alejandro Obregón no tenía ni idea que aquella águila cienaguera majestuosa que hizo mural en la Cervecería de Barranquilla quedaría oculta para el público durante más de seis décadas y para que, por fin, pudiera abrir sus alas para ser apreciada requeriría de un proceso de dos meses y un trabajo minucioso digno de una película de acción hollywoodense en la que roban un gran botín.
Porque aunque ese trabajo se pudiera resumir banalmente como que “arrancaron la pared y la llevaron hasta la Universidad del Norte”, la realidad es que fue un proceso que necesitó de las mejores manos para que pudiera llegar a buen destino.
El encargado de semejante responsabilidad fue el maestro Jairo Humberto Mora, especialista en traslados de obras y quien ya había trabajado con murales de Alejandro Obregón. Su tarea era mover desde la cervecería hasta el restaurante Bocas de Ceniza la obra pintada en técnica al fresco, directamente sobre un muro de ladrillo, con unas dimensiones de 1,91 metros de alto por 2,60 metros de ancho, y un peso de aproximadamente 150 kilos.
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“Se usó un método denominado stacco, que es el proceso que se lleva para el desprendimiento de pintura y la recuperación de solo el enlucido de dicha pintura. Los dos meses se van en el análisis de la obra, reconocer la técnica, las calidades del entorno en que está, la conservación que tiene, el levantamiento de conservación que se hace para ver cómo se recibe la obra y que problemas puede tener, porque tenía una serie de grietas, fisuras, problemáticas que ha sufrido en el lugar de su creación”, explica el especialista a EL HERALDO.
Mora, detalla también que después de ese trabajo ya viene en sí el proceso metódico de comportamiento de materiales que se analizan de acuerdo a la obra pues “cada obra pide los materiales y las necesidades que ella requiera entonces es un como un análisis de cada día, de cada proceso que se le debe hacer al mural”.
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Arrancar la pared
En ese sentido, el proceso continuó con un velado que consiste en instalarle unas telas a la capa pictórica para protegerla.
“El mural tiene un pañete de un centímetro ocho de espesor en cal y arena que es como se hace el fresco, la técnica que utilizó Obregón. Entonces adherimos unas telas de algodón con una cera resina que se dejó secar y posteriormente se hizo un muro flotante por el frente y que fue el muro portante que sostuvo la pintura”.
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Posteriormente, con el muro flotante, que fue hecho en yeso con perlas de icopor para que fuese más liviano y una estructura en madera, en la parte de adelante procedieron a retirar todo el muro que tiene el ladrillo, la parte de atrás que era su soporte original.
“Quitamos ladrillo por ladrillo y se va viendo, analizando cómo se comporta todo el material Y ya después de tener desmontado los ladrillos, introducimos un marco de perfilería metálica y reemplazamos el ladrillo por una resina expansiva, en este caso es un poliuretano que va a reemplazar lo que es la masa, digámoslo así, del ladrillo y va a agarrar el pañete”.
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Cada obra es distinta
El maestro Jairo, quien estuvo acompañado en este proceso por su ayudante Edilson Rodríguez Serpa y la profesional CISO María del Carmen Moreno, explicó que cada traslado de mural es distinto y tiene sus propias exigencias, de acuerdo a su experiencia con obras como Simbología Barranquilla del mismo Obregón o Pájaro Madrugador del maestro Ángel Loochkartt.
“No podemos decir que es más difícil o no. Lo complejo, se vuelve más de cuidado, si algo es complejo hay que ponerle más atención, más cuidado, más prudencia con los materiales, reforzarlos, ese tipo de características”.
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