Aprendí que para el alma no existe nacimiento ni muerte porque el alma es innaciente, es eterna, permanente y primordial. El alma es la consciencia.

Aprendí que el alma no sufre el deterioro del cuerpo, es perenne, es fuente colmada de conocimiento y a pesar de ser invisible, la sentimos y presentimos como el sol cuando se esconde tras las nubes. El alma es iluminación. Aprendí de otros que el alma es el espíritu y es entidad divina e infinita.

Bien dice un hermoso texto sagrado: “El alma nunca puede cortarla en pedazos ningún arma, ni puede el fuego quemarla, ni el agua humedecerla, ni el cuerpo marchitarla”.

Sobre el alma hay cientos de teorías, todas respetables, todas expansivas, pero ¿todos tenemos alma? ¿existen los desalmados?

Crecí en una familia futbolera, recuerdo que uno de mis primeros contactos con el fútbol fue a través de un televisor de marca RCA que, como novedad, advertía tener imagen a color, en realidad era una gama de grises que con suerte y con la antena bien abierta emitía fugaces cuadros teñidos de rojo, verde y azul. Recuerdo en él algunos sonidos y reflejos del mundial de Argentina 78 y con mayor claridad y colorido, algunas figuras del siguiente en España 82, ya en un modelo un más avanzado, un Sony Triniton. Cuando en casa había fútbol, había también emoción. Mamá me levantaba en sus brazos y gritaba los goles con entusiasmo. Yo entendía poco del reglamento futbolero pero a temprana edad supe que para mi madre “un desalmado” era un hombre que le pegaba muchas patadas a otro en el campo de juego. “Ese es un desalmado” decía para referirse a lo que hoy en la cancha conocemos como un “pata brava” uno de esos jugadores que no se cansa de pegar.

Con el tiempo entendí que mi madre los llamaba así para evitar un improperio y, procuraba de esa manera, definir a quienes usaban más la fuerza bruta corpórea, que la sutileza del talento. El término quedó dando vueltas en mi cabeza y años después, fue motor de un proceso de investigación sobre fenómenos del alma, en el que aprendí, entre otras cosas, lo que cito arriba, y pese a encontrar algunas hipótesis valiosas sobre los desalmados, la respuesta final y de mayor contundencia la encontré el pasado fin de semana en los cuerpos de algunos jugadores del equipo Llaneros F.C., en el partido que definió uno de los dos ascensos a la categoría A del fútbol colombiano.

Si hubo sobornos, o manos negras, que provocaron lo que el mundo entero ha visto con más dolor que sorpresa, al presenciar la entrega complaciente y arrodillada ante su rival, no lo sabemos y es competencia solo de los entes que investigan, si investigan, aclararlo, pero en evidencia si queda que quienes con su actitud atropellaron la esperanza, la ilusión, el sueño, la alegría, la entrega, el sacrificio, la lucha, el esfuerzo, la mística, la poesía, la lírica, la música, la disciplina, el hambre y el aliento, el honor, la dignidad, los valores y todo, todo lo que significa el fútbol, son los verdaderos desalmados. De eso no hay la menor duda. Sus cuerpos casi inertes cargados de desidia y ausentes de virtud son todo lo que un padre no quiere enseñarle a su hijo y son todo lo que un niño no merece aprender, pues tan grave es perder la moral y la ética, como perder el alma.