Cuando empleamos nuestros propios valores interiores tales como la fe, el amor, la alegría elemental y espontánea, la percepción interior de la belleza estética que nos detiene ante la magia de un paisaje, la dulzura de un sonido, la profunda inmensidad de un cielo tachonado de estrellas, la silenciosa majestad de las montañas, la impetuosa geografía de los mares, la rugiente maravilla de las selvas, el envidiable esplendor de las aves en pleno vuelo y el prodigioso lenguaje de nuestras propias voces interiores, entonces aprenderemos a ser felices plenamente.
Y a medida que las ciudades se extienden y crecen a nivel de metrópolis, el hombre de hoy parece cada vez más microscópico ante el avance de la tecnología, impotente ante las leyes, más incapaz ante las computadoras, y más frágil y vulnerable ante sus propios semejantes.
El reto de alcanzar la felicidad plena incluye, el ser romántico por naturaleza, concibe integralmente lo sensible de la vida. Sin embargo, definirse públicamente como tal, es hoy un acto calificado como trivial, cursi, una ofensa a los tiempos de ahora y nos arrinconan en los espacios de unos pocos, como si fuéramos seres de otro planeta o totalmente desvinculados de la realidad, donde los sentimientos fácilmente se esfuman, se pierden o se esconden como el peor de los pecados.
Lo cierto es que los románticos vivimos más a nuestras anchas, vemos y sentimos, somos conscientes de nuestros pasos, de lo bello que hay a nuestro alrededor, de un hermoso paisaje de atardecer caribe en donde nos inspira el alma y nos enamora también de la vida, del privilegio de existir y estar aquí presentes.
Son innumerables los pensadores y escritores que han hecho celebres frases donde se conjuga este sentimiento natural, que nace de las entrañas y que para muchos entra por los ojos y recorre nuestros sentidos: “El amor es un humo hecho con el vapor de los suspiros” (William Shakespeare).
Así pues, querer alcanzar la felicidad plena como un plan de vida, un compromiso inquebrantable, se ha convertido, con el paso del tiempo para el modernismo, en lo menos importante, lo hemos dejado en la conciencia olvidada. Ahora, el lograr tener es lo esencial, el objetivo final, pero lo espiritual y lo interior ha pasado a un segundo plano, lo material cada día devora la ambición, quita el sueño, enferma y arranca lo más puro de la existencia.
El compromiso de nosotros los que incluimos en el vuelo de la vida, la felicidad plena como un fin universal que estabiliza el alma, que contribuye a mejorar nuestra salud mental y por ende la calidad de vida, es inspirar sin descanso este principio básico y elemental a todos aquellos que conviven a nuestro alrededor, decirles incluida a la juventud de hoy agobiada y abrumada, bombardeada por conflictos, sumidos en la incertidumbre, por no tener senderos o salidas, que la recompensa es una sola y que el camino es lograr alcanzar la felicidad, y que esta nos blinda ante los obstáculos y nos entrega la merecida placidez.