Los rituales se han marchado y salimos a un mundo humanamente empobrecido. Sin embargo, siguen llegando las noticias dolorosas. Hace pocos días ha muerto Alfredo Iipuana, uno de los grandes pescadores del Caribe. Un ser con el corazón volcado hacia el mar. Al principio del universo la pesca era, según las narraciones indígenas, un oficio propio de humanos que después se transformaron en aves y estrellas. Por ello me pregunto, ¿hacia dónde va el alma de los pescadores cuando mueren?
Durante décadas conversé con Alfredo Iipuana y Josechon Wouliyuu sobre esto. Y ellos me hablaban de la interrelación entre los arroyos del universo. Los arroyos celestes son caminos que sirven para cruzar las constelaciones. Hay unas estrellas, me decían, en formas de empalizadas que las almas de los enfermos deben sortear para no caer en las voraces redes de pesca de la muerte. Alfredo era de la estirpe de los pescadores primigenios que aprendieron de Yorija el pelicano y de la estrella Simiriyuu el arte de manejar las redes y los arpones con maestría. El recorría los serpenteantes arroyos marinos que son caminos que llevan a los corrales en donde warutta, el caracol, encierra a los peces para salvarlos de las redes de los humanos
¿Qué es la pesca? Es una conversación, una especie de diálogo interpersonal entre humanos, personas y animales personas. Ambos son seres atentos al universo. Alfredo enseñaba con sus relatos el respeto hacia los seres del mar. Cuando se emplea el arouka o malambo, decía, se busca pedir permiso por tomar las vidas de otros seres vivientes. El acto de la pesca debía hacerse de manera respetuosa y se justificaba solo en la necesidad de consumir la carne como alimento, pero dicho acto no debe envolver una actitud hostil hacia las presas.
La imagen recurrente que tengo de Alfredo es la de verlo tocar el caracol para llamar el viento. diciendo: “Ven, viento; ahí viene el viento; corre viento, ¿qué vas a hacer con nosotros?, estamos con hambre y queremos regresar a casa”. El pescador canta para no dormirse. Canta historias de luchas con tiburones; le canta a una mujer de la que está enamorado y le canta también a su canoa, a la cual compara con un caballo veloz. Nadie sabía ejercer el arte de cortar la carne de un pez como Alfredo Iipuana. Él explicaba que en un jurel hay sabores distintos: el de los peces, el de las cabras y el de las reses, por eso era conocido como el sastre del mar por su conocimiento en el delicado arte de saber que corte correspondía a cada especie marina.
Durante años conservé en mi memoria un poema e imperdonablemente olvidé el nombre del autor. Hoy me sirve para despedir con merecida dignidad a este hombre wayuu que era literalmente mi hermano: /No puede haber lutos para aquel que ya contento/ que de completa libertad sediento/dispone de su amor de polo a polo/ Y no digáis: al despedir su arca/ ha muerto el que se fue. /No, decid tan solo/Vino del mar y se volvió en su barca”
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