En 2026, se cumplirán cien años del nacimiento del escritor Álvaro Cepeda Samudio. Habrá, desde luego, ocasión de conmemorar como se debe el nacimiento de esta figura legendaria de las letras del Caribe colombiano. Por lo pronto, empiezo por recordar el primer libro de Cepeda:
Los cuentos de Todos estábamos a la espera (1954) son el resultado original de un escritor Caribe que se mueve con libertad entre el cosmopolitismo y la transculturación, que dialoga con la tradición literaria de Occidente, no solo con la norteamericana, como se ha señalado, por ser la más evidente, por la colección de epígrafes que van de Saroyan, pasando por James Jones hasta Truman Capote. Por Un cuento para Saroyan, donde el estudiante Al decide gastar su dinero en el libro que quiere y no en el que debe, el libro que le exige su profesor para dejarlo entrar a la próxima clase. En fin, por su probado conocimiento y amor por escritores como Faulkner o Hemingway. La literatura Latinoamericana también deja su impronta, desde luego. El piano blanco recuerda El Zahir de Borges, el objeto mágico, luego maligno, que termina absorbiendo por completo la mente del personaje hasta enloquecerlo. También resuenan ecos de El túnel de Sábato, Juan Pablo Castel es pintor, el personaje de Cepeda, pianista. El final del cuento no deja dudas de la relación intertextual.
La dimensión erótica es importante en El piano blanco, tanto como en Nuevo intimismo, ese diálogo fragmentario de una pareja de amantes, sobre la posibilidad o imposibilidad de tener un hijo, no se sabe si es solo la obsesión de la mujer, o si efectivamente ha perdido al hijo. En otro cuento Intimismo, una pareja, desde la cama, avizora el mundo circundante en un estado de intensa percepción, mucho antes de comenzar a pensar, el énfasis se pone en el sentir, más que en el pensar.
En la 148 hay un bar donde Sammy toca el contrabajo: Sammy es un personaje afrodescendiente, recurrente en los cuentos de Cepeda. En este breve texto, ubicado en el apéndice se halla un fragmento esclarecedor, aplicable a muchos de los personajes de las otras historias del libro: «Era porque siempre había estado solo. Porque la soledad le había atado las manos a la larga línea de madera de los bares. Y aun en medio de la gente, en el centro de ese tumulto quieto, lleno de otras soledades quizá más profundas que la de él, siempre estaba solo. Se abría paso en el silencio pesado, contenido, casi negro, trabajosamente, pues su soledad era demasiado pequeña y se perdía entre esas soledades tan antiguas y gastadas contra las paredes de las cantinas. Y él no lo sabía. Él estaba solo. Solo con su soledad que todavía era demasiado pequeña para llenarle el cuerpo alto y delgado».
Como señala Germán Vargas, los cuentos de Álvaro Cepeda Samudio podrían clasificarse, con fácil y torpe desviación crítica, como simples alardes de técnica, cuando ciertamente, como una corriente subterránea, contienen un suave tono lírico, un clima de soledad y un prodigioso equilibrio entre ficción y realidad.