Las viejas novelas del oeste marcaron las lecturas juveniles de millones de personas en el mundo. Cómo olvidar la portada de una de esos libros memorables de la infancia en la que se encontraba la imagen de un indígena sosteniendo un Winchester en una mano mientras tomaba con la otra las riendas de un caballo encabritado. Era la obra emblemática del escritor alemán Karl May, llamada La venganza de Winnetou, un jefe apache cuya figura será posteriormente llevada al cine con mayor amplificación y dignidad. El origen del género es situado por algunos estudiosos a partir de la publicación de la novela El virginiano de Owen Wisteren (1902). No obstante, otros autores consideran que este tipo de novelas pudieron tener precedentes más antiguos en obras como El último de los Mohicanos de James Fenimore Cooper y aún en las descripciones de viaje contenidas en los Western Journals (1832) de Washington Irving.

La versión española de este tipo de literatura popular tuvo a figuras como Marcial la Fuente Estefanía, Silver Kane, Meadow Castley y Keith Luger, entre otros. La mayoría de estos escritores tenían una alta formación. El primero fue un general de artillería del ejército republicano. Keith Luger se llamaba Miguel Oliveros Touan y era un alto funcionario del Ayuntamiento de Valencia. En sus mejores tiempos Marcial La Fuente llegó a redactar una obra por semana. Como ha dicho el periodista español Jacinto Antón, estos escritores producían novelas “con una profusión solo comparable al número de disparos de los revólveres de sus personajes”. El trabajo de estos autores dio origen a una verdadera bonanza en ventas para las editoriales de la época. Aún hoy se comercializan en los países de habla hispana cinco millones y medio de novelas del oeste por año.

En nuestras ciudades y villorrios, bajo el fuerte sopor del Caribe, no faltaba el personaje que usara sombrero, guantes, botas y empujara las batientes de una cantina con los ademanes de un vaquero tejano buscando rivales imaginarios entre los concurrentes. En más de una ocasión en Riohacha cantineros y parroquianos tuvieron que separar a febriles lectores que iban a irse a las armas, y aun a una posible muerte, por motivos baladíes derivados de sus delirantes lecturas. Las novelas de vaqueros despiertan en nosotros una dormida nostalgia derivada no solo de la evocación de sus tramas y personajes, sino de sus perseverantes seguidores. Mi tío Fausto Emilio Pana, quien en los años 60 del siglo pasado se desempeñaba como mecánico latonero en la Alta Guajira, llegó a postergar, ante la mirada angustiante de sus propietarios, el arreglo urgente de camiones cargados de mercancías y varados en el desierto hasta no culminar una obra seductora e inaplazable. Ello nos muestra que estas novelas de aventuras no solo proporcionaron diversión a sus lectores, sino que influyeron en sus actitudes frente a su entorno social y de esta forma literalmente modificaron sus vidas e imaginaron protagonizarlas dentro de escenarios heroicos tal y como le ocurrió a Don Quijote con las novelas de caballería.

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