Un correo de Gabriela O'leary, recordando la primera vez que se encontró con Meira en el jardín de la Casa de los Chams, puso en marcha una serie de reflexiones y recuerdos sobre mi propio acontecer durante el tiempo que asistí y pertenecí al grupo de las charlas en la terraza de la calle 74.
Conocí a Meira por allá en el año de 1951. Ella llegó como si fuera un premio al Grupo de Barranquilla, ya ustedes saben, Gabriel, Alfonso, Germán y Álvaro, quienes siempre consideraron a Meira como el quinto personaje de aquella cofradía. Y fueron asiduos de las tertulias en casa de los Chams, mientras yo participaba en las tardes de lectura, junto a Gloria Mejia, la pintora antioqueña amiga de Meira, y más adelante con escritoras tan importantes como Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo, quienes mucho más tarde fueron las editoras, junto a Ariel Castillo, de la obra total de Meira, titulada Poesía y Prosa que publicó la Universidad del Norte en 2009.
Todo esto para decirles que aprendí desde mucho tiempo atrás a percibir la espiritualidad casi dolorosa que se desprendía de su presencia y de sus palabras. Recuerdo que Alba del Olvido, fue el primer libro suyo que cayó en mis manos y aquello fue como una carga submarina para mí, periodista de nacimiento y formación.
Pero ella no estaba preparada para la ansiedad, casi angustia, para reaccionar a esa especie de indiferencia e ignorancia, que encontraba en los muchachos y muchachas que asistían a la Biblioteca departamental que dirigía. Y se preguntaba a veces ¿dónde estaban los miles de jóvenes estudiantes de Barranquilla?
Las conversaciones que salieron de esta situación, nos llevaron a organizar un concurso que informara y atrajera a esos miles de estudiantes a interesarse por un poco de conocimiento. Así nació el Concurso Pro-Cultura del Caribe del que Meira fue Presidenta.
Era un concurso sencillo como cualquier otro de esos en el que la gente que participaba podía ganarse desde una casa hasta un automóvil. La diferencia estaba en el nombre y el prestigio de los premios, porque, por ejemplo, el Premio de Pintura tenía el nombre de Alejandro Obregón; el de Música el de Alberto Assa; y el de Literatura, Alvaro Cepeda Samudio. Es decir, rifábamos un poco de conocimiento y de cultura.
La respuesta fue abrumadora. Los estudiantes de las Escuelas de Bellas Artes encabezaron la participación, y a ellos se sumaron otros trabajadores de la cultura, anónimos y tímidos, que llegaron con sus obras para mostrarlas a la ciudad y al país, en busca de un reconocimiento que les permitiera seguir trabajando en sus proyectos.
Muchos amigos se sumaron a los trabajos que implicaban la difusión y puesta en práctica de aquellas convocatorias, entre los que tengo que mencionar a personas como Silvia Eugenia Pumarejo y Diego Marín Contreras, nuestros alfiles de espada, sin los cuales creo que no sé qué habríamos hecho....
Dar a conocer entonces esta experiencia casi desconocida de la enorme poetisa, en la que trabajó entre 2003 y 2007, es mi forma de agradecimiento a una persona tan especial, que dedicó su tiempo y su conocimiento a gente común y corriente y les dio, a través de la cultura, una salida a la resignación y a la desesperanza en que vivían.
Puedo decir entonces que trabajar con Meira en esa labor de difusión del conocimiento fue la cosa más iluminadora que ha podido sucederme. Nunca volví a ser la misma.