De Leonardo Da Vinci se pueden escribir millares de caracteres sin tocar la décima parte de su enorme legado. Sus libretas voluminosas tienen más de dos mil páginas escritas al revés. El estilo muy apropiado para su poderosa mano zurda que ilustraba a medida que escribía. En estos dibujos mostraba las diferentes facetas de la perspectiva, de las sombras y la luz y el color en la anatomía humana. Diseños. Para máquinas voladoras, cañones que disparaban a fuerza de vapor de agua y armas parecidas a la actual ametralladora, que se usaron en la Guerra Civil norteamericana. También contenían instrumentos musicales para uso propio.
Una muestra completa de estas máquinas de guerra vimos hace algunos veranos en Estocolmo. Leonardo, como todos los artistas de su época, fue un arquitecto e ingeniero militar que se dedicó a la construcción de canales (se ven al fondo de La Gioconda) puentes desarmables, que le aseguraban grandes ganancias.
Fue el Aparato para Volar, construido por James Wink en 1988, basado en el diseño de Leonardo, 500 años antes, quien me lanzó a un vertiginoso recorderis buscando donde había visto esa estructura “alada” antes. Allí estaba, en la Galería Uffizzi en Florencia: La anunciación, de 1794, que sorprende por las enormes alas del ángel detalladas por innumerables alitas, en perfecto orden matemático y físico que podría ser el antecedente, de su Máquina de Volar de 1488.
Leonardo entra y sale de Florencia varias veces, disgustado por la política de los Medici. Va a Milán en 1482, a trabajar con Ludovico Sforza. Allí pintó La Ultima Cena en 1497, por pedido del Duque, para la Iglesia de los Dominicos, Santa María de La Grazie. El maestro escoge el momento más dramático de la vida de Jesús. “Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa y dijo: Tenía gran deseo de comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer. Porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que sea la Nueva y Perfecta Pascua, en el Reino de Dios porque uno de vosotros me traicionara”. (Juan 13:21).
La consternación de los apóstoles es patente en el mural. La figura de Jesús en el centro y a ambos lados, unos se levantan, otros se espantan y Judas retrocede al sentirse aludido.
El escritor Giambattista Giraldi, recuerda a su padre cuando comenta: “Antes de pintar una figura estudiaba su naturaleza y su aspecto, buscaba personas del tipo que necesitaba y observaba sus rostros, sus comportamientos y sus movimientos. Lo dibujaba en la libreta que siempre llevaba en la cintura. Una obra tan planificada y estudiada no duró lo que el maestro pensaba que duraría. Por la técnica que escogió distinta al fresco (que obliga a pintar a toda velocidad). Esta técnica causó que la pintura empezara a desmoronarse rápidamente. En 1726, empezaron los intentos de conservación y restauración, pero no fue sino hasta el 2005, cuando llegaron los expertos japoneses y a cambio de 200 millones de dólares la dejaron exacta y perfecta como si Da Vinci resucitado estuviera presente.
Cuando el Duque Ludovico el Moro abrió a los milaneses la contemplación de la La Ultima Cena fue alabada como una obra maestra de diseño y caracterización. La escena parece estar bañada por la luz de las tres ventanas del fondo. La obra proyecta serenidad y se aleja del mundo temporal cuando las guerras entre los estados italianos no cesaban y las intrigas reinaban.
Jairo, un amigo colombiano que vive en Milán, recomienda a los viajeros que deben solicitar las entradas desde aquí, permanecer tranquilos con el protocolo de chequeos y no perder tiempo porque solo tienen doce minutos para encontrarse con la pintura más famosa del mundo.
Sigamos la peregrinación de Da Vinci que huye de Milán cuando llegan los franceses y regresa a Florencia (1500) a trabajar con Cesar Borgia, como ingeniero militar. Pinta el fresco de la Batalla de Anghieri y La Mona Lisa en 1503, y con otros compañeros artistas se van a Venecia, atraídos por el circuito de pintores, filósofos, poetas y músicos románticos relacionados con el pintor Giorgione. La amistad con Giorgone me permite comentar uno de los dones menos conocidos de Da Vinci: su sensibilidad para la música y la elaboración de sus propios instrumentos como la “lira da braccio” que, según mi amigo Bernardo, significa “lira de mano”. Es una especie de violoncelo vertical que se toca con la mano.
Con Giorgone formaron un dúo, muy apreciado por el talento musical que desplegaban Leonardo con la encantadora música que producía con su lira y a Giorgone por su interpretación del laúd. Los venecianos estaban entusiasmados con ambos pintores y les dieron la bienvenida en su círculo.
Giorgone fue un gran pintor, sombreaba sus cuadros y les daba movimiento a sus objetos. Vasari, quien siempre me precisa la vida de estos genios del Renacimiento, se refería a la técnica del Sfumato de Leonardo: el sombreado de contornos y fondos, en contraste con zonas de intensa luminosidad. El juego de luces y sombras crea una atmósfera entre la realidad y el sueño, que produce en sus lienzos ciertas tonalidades espirituales y psicológicas. La Gioconda y La Virgen y Santa Ana.
Da Vinci abandona Italia definitivamente en 1517, bajo el Patrocinio del Rey Francisco I de Francia, que tenía el Castillo de Chambord como su residencia favorita. Para él, Leonardo construye una magnifica escalera doble de mármol reluciente que permite subir sin ser visto por los que bajaban. Esta fue diseñada especialmente para el Rey, a quien le encantaba salir a “cazar” sin que la Reina lo supiera.
En Amboise, otro de los castillos sobre el Loire, el Rey tenía una pequeña mansión llamada Clos de Luce, donde paso Leonardo los dos últimos años de su vida. Murió en 1519.