El auge de la ultraderecha en las elecciones europeas era la crónica de una muerte anunciada. Lo que muchos aplauden desde América Latina, otros, con más juicio analizando la historia de Occidente, temen. La realidad es que tanto Estados Unidos como los países de la Unión Europea enfrentan momentos definitivos para lo que será la política global de los próximos años, e incluso de las próximas décadas. Esta afirmación puede generar discrepancias, pero la realidad probada de las dinámicas globales es que la política internacional está determinada por quienes aportan en mayor proporción a las organizaciones internacionales, que en últimas responden a los intereses nacionales de los países con mayor peso político y económico. Frente a esta realidad, queda en manos de las democracias más modernas determinar si la tendencia será hacia políticas de populismo nacional —con los riesgos en materia de derechos humanos ya ampliamente conocidos— o hacia una consolidación de unos valores universales de respeto y garantía que tienen un costo económico más elevado pero que procuran la construcción de una sociedad internacional pacífica, estable y duradera.

El auge de la ultraderecha, que en casos como el de Marine Le Pen en Francia busca moderarse para ganar apoyos, no es otra cosa que el discurso en contra de los migrantes, en contra de las organizaciones internacionales y de las acciones para contener los efectos del cambio climático. Se trata de una ola de nacionalismo popular, cuyo inicio y final está ampliamente documentado en la historia del continente europeo.

Como en todos los ejercicios prematuros de análisis de política internacional, siempre se busca extrapolar la realidad latinoamericana a la europea o estadounidense. Para la muestra, cuando se anunció el triunfo de los partidos de la ultraderecha en las europeas, leí un mensaje en un grupo de WhatsApp de un colombiano que decía: “esto es lo que necesitamos”.

Con la disolución de la Asamblea Nacional en Francia, las elecciones convocadas por Macron como consecuencia de lo anterior y las elecciones en Estados Unidos, tendremos un buen termómetro del futuro de la socialdemocracia, así como de la realidad que le espera al resto de países que sufren directa e indirectamente el ejercicio de la política internacional. Esa misma política que un día construyeron después de la Segunda Guerra Mundial bajo la premisa concebida en la Carta de San Francisco, en la cual se comprometía a “promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”. La realidad es que la paz global tiene un costo, habrá momentos económicos y sociales mejores que otros, pero en los momentos difíciles se conocerá cuál es el verdadero compromiso con esas libertades por las que se ha luchado y se sigue trabajando.

@tatidangond