Vivimos orgullosos del progreso que presenta nuestro terruño. Gobernación y Alcaldía completan varios períodos de ejemplar gestión traducida en evidente desarrollo tanto de nuestro territorio rural y urbano como de nuestros niveles sociales y económicos, cosa reconocida en todo el país. Es sin duda loable su ejecutoria: vías, parques, colegios, hospitales, infraestructura de todo tipo además generadora de empleo y riqueza. Y siempre una colosal: Distritos de Riego, Avenida del Río, lo de Mallorquín. Es que otra vez y después de muchos años estamos pensando en grande.

En concordancia, una sugerencia: Existe gran cantidad de testimonios gráficos y escritos y, sobre todo, recuerdos y tradición oral de los mayores acerca de las delicias que brindaban unas vacaciones, “veranear” se les decía, en las playas de Puerto Colombia. Además, ahí está el testimonio del muelle. Era un mar apacible, transparente, parecido al de los mejores balnearios en el que se podía recoger las almejas para el disfrute de un arroz de Chipichipi. Muchas casas de veraneo se construyeron, y Puerto fue destino exclusivo. La cosa era así porque existía Isla Verde, lengua de tierra que al sector protegía del fuerte oleaje que destruyó el muelle, el color, y la tranquila vivencia. Desde hace mucho tiempo se viene hablando de reconstruir la isla y devolver a Puerto el anhelado paisaje.

Hoy por hoy la cosa no luce tan extravagante. Hay países que pagan por deshacerse de abandonados cascos de buques, que pueden “sembrarse” en el fondo; existen nuevas variadas y no muy costosas tecnologías para reconstruir la isla, amén que significaría habilitar tierras de altísimo precio de venta. Ojalá Elsa y Pumarejo acojan la idea, y en llave cristalicen este antiguo anhelo.

Coletilla: En medio de esta fiebre de fútbol estamos de plácemes por dos íconos que se inauguraron ayer: La Casa de la Selección, imponente obra a la altura de las más connotadas del mundo, que será por siempre sede tanto de nuestro equipo nacional como de los visitantes, además dotada de todas las canchas y todos los servicios y de toda la modernidad inherente a este tipo de instalaciones. No fue fácil. A

Ramón Jesurun no se le puede tildar de costeño bogotanizado, pues con creces ha demostrado su amor por su patria chica. Fue una titánica lucha, y muchas fueron las batallas que tuvo que librar para lograrlo. Bogotá y Medellín trataron de boicotear la obra para construirla en sus tierras, y muchos fueron los obstáculos a salvar, desde conseguir la plata, los permisos internacionales, la aprobación de las mundiales autoridades futboleras, en fin, toda suerte de inconvenientes, pero se impuso, respaldado por los buenos resultados deportivos y por el calor humano que en cada competencia brindaba aquí el pueblo. Ovación para Ramón Jesurun, insigne barranquillero.

El otro ícono es a escala local, pero no por ello menos importante: La Aleta del Tiburón, ingenioso emblema representativo de nuestro equipo del alma, inaugurado en emotivo reencuentro. Bien por Tecnoglass.

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