Álex entregó más del triple de las firmas exigidas para oficializar su candidatura. Estaba, claro, curándose en salud, pues con los cachacos nunca se sabe. Se dio, entonces, el primer paso rumbo a la presidencia y, en su improvisada intervención, envió el mensaje adecuado: En este país no hay que cambiar mucha norma; lo que hay es que hacer las cosas bien y ¡vaya si Álex sabe hacerlo bien! Lo ha demostrado con creces, y la gente lo reconoce. Dijo también que las necesidades y las urgencias no son cosa de izquierda o derecha, sino de todos, independientemente de las tendencias partidistas causantes de una polarización que sólo hace daño. Le corresponde ahora mostrarse más en toda la región y en todo el país, porque es el único con verdaderos resultados, que dice las cosas como son, y que no plantea extravagantes ni inteligibles soluciones, sino que las ofrece simples. Hay que apoyarlo decididamente y apoyar también sus listas al Congreso, pues de la conformación de éste depende la gestión presidencial. Colombia necesita que su presidente sea aterrizado, práctico, institucionalista, decidido, y que hable claro y firme. Un presidente como Álex, que contrarreste el mensaje populista.

Es que preocupa el resultado en Chile, donde se demostró que la gente come del cuento, no le importan los antecedentes, ni los malos ejemplos, sino que actúa al vaivén de los discursos populistas. Es un general comportamiento de los pueblos suramericanos que se dejan convencer que lo que tienen es malo y que los pajaritos de oro que le dibuja el extremismo les resolverán sus problemas generados más por esencia propia que por acciones gubernamentales. Chile era un país envidiable. Con solvente economía, infraestructura primermundista y cultura destacada. Al igual que de la hoy deteriorada Buenos Aires, de Santiago se decía que era París en español. Pero el pueblo chileno le comió cuento a los extremistas de izquierda, que encabezados por Boric, extendieron la teoría de que estaban mal, pidieron Constituyente para cambiar las cosas, e instigaron unas protestas violentas y vandálicas de las que aún no se han recuperado del todo.

Así como aquí han ignorado el tenebroso pasado del candidato guerrillero sus criminales actuaciones y sus absurdas propuestas, los chilenos pasaron por alto que Boric, pese a su corta edad y a su temprano diagnóstico de trastorno obsesivo compulsivo, fue impulsor de tal desastre; no lo frenaron, y se lanzó con el discurso extremista de siempre. Perdió en la primera vuelta y, entonces, tal como ahora está haciendo nuestro extremista, moderó sus posiciones, se cubrió con piel de oveja, y otra vez le comieron cuento, no sólo el pueblo, sino también algún empresariado. El resultado deja a Chile en la incertidumbre, la nueva Constitución pinta desastrosa, la bolsa en picada, el dólar en impredecible ascenso, y la fuga de capitales disparada.

Parece lejos, pero Chile está aquí mismo, y su pueblo actúa similar. Así que a ponerse pilas e impulsar a Álex, porque está cercano el mal ejemplo.

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