Simios del cambio III
La aceleración del cambio tendría efectos de sumas y restas sobre el PIB, que arrojan un impacto global negativo de 2,0 % en el 2050, debiendo superar un bajón más fuerte alrededor del 2035, y, más grave aún, los países por cuya cuenta corre en mayor sufrimiento son los exportadores de combustibles fósiles, como Colombia, y los países de menor desarrollo.
En la columna anterior sobre los Simios del cambio climático vimos que la gran transición energética de la fuerza humana y animal hacia la energía abundante y barata del carbón y el petróleo resultó una bonanza. En una secuencia iniciada por la revolución industrial inglesa, los países desarrollados y los que les siguen de cerca han consumido cientos de miles de millones de toneladas de carbón o equivalentes para construir su modo de vida actual. En gran parte gracias a ello la Tierra pudo pasar de llevar 600 millones de pasajeros humanos en el año 1700 a 7.000 millones en el 2000. Pero “no hay almuerzo gratis”, a mediados del siglo pasado comenzamos a ver señales de que el simio que evolucionó para sobrevivir a las arremetidas de la naturaleza había pasado sin proponérselo a tener la capacidad de hacerle daño a ella: La bomba atómica, la lluvia ácida, los ríos sin peces, el aire irrespirable en grandes ciudades, la explosión química en Bhopal y el agujero de la capa de ozono, son algunas de esas señales. Todas generaron iniciativas de mitigación y prevención internacionales, públicas y privadas, con éxito variable.
Pero hay un problema que no hemos frenado. La combustión del carbón, el petróleo y el gas emite CO2, cuya presencia en la atmósfera se ha incrementado de 265 partes por millón (ppm) en el año 1800 a 415 ppm en 2020. Eso produce un calentamiento leve de la atmósfera que hace más volátil el clima, con eventos de frío y calor, lluvia y sequía, más frecuentes y extremos, que contrastan con la relativa estabilidad que posibilitó el surgimiento de civilizaciones en los últimos milenios y la afluencia material de los últimos siglos, a la que aspiran los países dejados atrás. Precisamente en la revolución de las expectativas crecientes radica gran parte de las tensiones internacionales para acordar soluciones rápidas y al tiempo equitativas.
Hace un mes, la consultora Wood Mackenzie, tal vez la más prestigiosa del mundo en temas energéticos, publicó el informe “No pain, no gain” precisamente sobre las consecuencias económicas de acelerar la transición energética para cumplir con el acuerdo de París de limitar el calentamiento a 1,5 °C. Su conclusión es que vale la pena el esfuerzo, pero advierte que hay que sufrir para lograrlo. La aceleración del cambio tendría efectos de sumas y restas sobre el PIB, que arrojan un impacto global negativo de 2,0 % en el 2050, debiendo superar un bajón más fuerte alrededor del 2035, y, más grave aún, los países por cuya cuenta corre en mayor sufrimiento son los exportadores de combustibles fósiles, como Colombia, y los países de menor desarrollo. Estos no son los que por más tiempo y en mayor cantidad han emitido CO2; razón suficiente para que se flexibilicen las metas e incrementen las compensaciones para ellos. Quienes causaron el problema no pueden apretar la transición sin disponer al tiempo de alternativas en las cantidades y precios necesarios para no impactar el crecimiento económico de los países afectados o dejados atrás.
rsilver2@aol.com
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