
La política por esta época tiene muchas expresiones y formas. En otras palabras, se usa el escenario de la polis para atacar sin confirmar. Se especula y jamás se corrobora. Nadie, o pocos, se retractan y los que lo hacen es por determinación de un juez. En este sentido, la senadora María Fernanda Cabal, lanzó acusaciones contra el expresidente y premio Nobel de Paz, Juan Manuel Santos, endilgándole haber sido el azuzador de los hechos violentos ocurridos la semana anterior en Bogotá. Santos es un jugador de póker, pero no es amigo de los cocteles molotov. Puede haber sido un traicionero, como lo juzgan los uribistas, pero nunca un criminal. Pudo sentarse en la mesa con guerrilleros de las Farc, acusados de los peores crímenes, pero es mezquino decir que es capaz de liderar ataques contra civiles y policías.
Lo anterior le ocurre por no decir abiertamente cuáles son sus intereses políticos. No es cierto que no intervenga en asuntos internos del país. Lo hace y con sobradez. Se reúne para revisar y ajustar la estrategia de defensa de la implementación del proceso de paz. Dicta conferencias por doquier. Lleva dos libros publicados en menos de dos años donde “tira línea”, no precisamente teórica. Concede entrevistas a tutiplén, en las que critica con dureza al presidente Iván Duque donde lo mínimo que le ha dicho es: “estamos en un barco a la deriva y sin capitán”.
Convoca a los jóvenes a marchar para defender su acuerdo. Si Santos saliera de su irreal auto encierro político y dejara de decir que en su condición de ex mandatario de Colombia no quiere intervenir en las cuestiones de su sucesor, sus variados juicios evitarían cualquier especulación. Serían referenciadas como ideas de la refriega política. Al no hacerlo, permite que sus archienemigos le endilguen actos donde no tiene protagonismo. Si se ubicara en una tribuna cierta desde donde se pudiera evidenciar cuál es el objetivo de sus orientaciones, evitaría que sus oportunas posiciones dejaran de ser catalogadas como oportunistas, en el mejor de los casos.
En el mundo hubo otros exgobernantes que fueron también galardonados con el Nobel de Paz. Jimmy Carter, quien lo hizo mejor de “expresidente que de presidente”, dedicó su jubilación a influir en la solución pacífica de conflictos internacionales. Entendió que había futuro más allá de la dinámica electoral de su país. Barack Obama obtuvo el galardón en los inicios de su primera presidencia. Desde ese día y hasta hoy ha estado en los vericuetos de su partido con abiertas intenciones de incidir en el devenir de los estadounidenses. Hoy su vicepresidente, Joe Biden, es el retador de su principal adversario. Y en nuestro vecindario, el costarricense Óscar Arias, accedió al laurel escandinavo en su condición de primer magistrado “tico” y luego regresó al poder. Hasta hoy no ha dejado las lides intestinas del Partido Liberación Nacional.
Ojalá Juan Manuel Santos ocupe un rol específico para que con un parlante definido sepamos qué piensa realmente en materia política y logremos descorrer cuáles son sus intenciones para evitar tanta suspicacia mal heredada.
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