Sobre la covid y esta pandemia he escrito bastante, y por ende he pasado, como asumo que a muchos les ha sucedido, por diferentes facetas emocionales frente a ella. Ha habido momentos en los que he sentido que deben encerrarnos a todos, pues las salas de ucis están saturadas y la gente muere sin lograr acceder a una máquina de oxígeno, pero también he tenido instantes en los que he creído que lo ideal es que todo se reactive para que las cosas vuelvan a la normalidad, ya que mucha gente tiene miedo de morir de hambre por no tener la posibilidad de acceder a un empleo.

He escrito acerca de la labor tan grande que han hecho nuestros médicos, enfermeros y personal de la salud, quienes se han convertido en los héroes de nuestra era moderna, pues exponen sus propias vidas para salvar las de otros. He hablado acerca del rol fundamental que han desempeñado los docentes, quienes con las uñas y con mucho esfuerzo han intentado seguir enseñando a un mundo de personas que se encuentran detrás de una pantalla. He hablado acerca de la importancia de la funcionalidad en las familias para poder superar sin crisis de violencia doméstica este momento tan difícil por el que está pasando la humanidad. He resaltado la inmensa tarea que todos tenemos para volver a despertar la economía, apoyando a los emprendimientos, comercios, eventos y turismo local, e incluso he discutido acerca de la baja calidad educativa que se está recibiendo en las universidades hoy en día, pero jamás he hablado acerca de los niños y del golpe tan duro que ha sido este año y cuatro meses en su educación, en su vida social, y en su salud mental.

A los niños ‘pandemials’ la covid les robó años de su infancia, les quitó tiempo para poder compartir con amigos, los volvió más dependientes de los aparatos electrónicos, y los desconectó de su único deber: ser niños. Lo veo constantemente en los pequeños que tengo a mi alrededor, y se me arruga el corazón cuando los veo acercarse a otros con miedo al coronavirus, cuando escucho las clases virtuales en donde muchos se pierden y no logran recibir la atención que necesitan, y cuando los observo vestirse elegantes para cumpleaños en los que solo ven a sus amiguitos a través de una pantalla.

Es por esto que aplaudo enormemente la nueva medida del gobierno en la que obliga a que, luego de estas vacaciones de mitad de año, todos los colegios públicos y privados deban reanudar las clases presenciales con todas las medidas de seguridad. Es hora de que los niños vuelvan a ser niños, y puedan recibir la educación que necesitan. Pero también, es hora de que a los padres se les quite la carga de ser, además de proveedores de sus hogares, los docentes de sus hijos, y de eliminar la dependencia que hay a los computadores o celulares que ha hecho imposible para muchos poder aprender. Porque para nadie es un secreto que miles no pudieron acceder a una educación por no tener si quiera un celular para conectarse.

Creo que con esta medida se aclara aún más el panorama, y aunque va a requerir que los profesores se cuiden el doble y que los niños aprendan a jugar con su tapabocas puesto, las cosas cada vez más se van poniendo en su lugar, y todos podemos comenzar a volver a planear sueños.

Los niños a jugar, los profesores a enseñar, los padres de familia a construir, los de la tercera edad a salir, y poco a poco, todos volvemos a vivir.

Porque ya ha sido mucho de tiempo perdido, y creo que la humanidad está lista para volver al ruedo.