El 2020 significará para siempre un antes y un después para muchas familias, un punto de quiebre para muchas personas, y un cambio de mentalidad para una gran parte de la población.
Algunos lo recordarán como el año en el que les tocó reinventarse, pues su manera de generar ingresos no era sostenible en medio de una pandemia. Otros lo recordaremos como el año que nos hizo revaluar los impuestos sociales que muchas veces creímos imprescindibles, para comprender que no hay nada más esencial que la salud, que estar unidos, y que estar rodeados de los que uno ama y te aman de vuelta. Y otros cuantos, los verdaderos dolientes de esta historia, lo recordarán con tristeza, pues el ‘veinte veinte’ dejó para siempre un puesto vacío en la mesa.
Cuando los pitos suenen y estemos a punto de brindar por el nuevo año que llega, cuando queramos quemar el año viejo con todo y tapabocas, cuando el reloj marque las doce, estoy segura de que celebraremos, y con esperanza de un mejor futuro brindaremos, pues decir que fue difícil es quedarnos absolutamente cortos.
Sin embargo, también siento que de alguna manera agradeceremos lo que sucedió. Sí, así como lo leen, en un futuro agradeceremos que haya llegado una pandemia. ¿Cuántas personas gracias a estar encerrados no se dieron cuenta de quiénes eran sus hijos o, por el contrario, de quiénes eran sus padres? ¿Cuántas parejas no vieron los vacíos que había entre ellas? ¿Cuántos no encontraron, luego de despegarse del celular, desprenderse del afán del día a día, y desligarse de los eventos sociales, que había mucho por componer, nutrir y sanar?
Sí, por nada del mundo hubiese pedido un virus como este que tanto nos quitó, y no pediría volver a comenzar desde cero, pero al mal tiempo también hay que verle la buena cara. Y esta es la cara que yo le veo. Esta es la cara con la que yo he escogido recordar el dos mil veinte.
Por eso decidí hacer una lista de lo que sí puedo agradecer de estos 365 días. Una lista que sé que le dará un toque personal a esta columna, pero que la escribo porque recomiendo enormemente que todos la hagan antes de que los fuegos artificiales le den la bienvenida a un 2021.
Gracias al 2020, hoy sé que no hay nada más importante que mi familia, hoy sé quiénes son mis amigos, y quiénes mis conocidos, hoy sé que nada tenemos si no creemos en que hay algo más grande de lo que está visible ante los ojos, hoy sé que soy capaz de reinventarme las veces que me toque, hoy sé que tenemos que seguir luchando por un mundo más justo, donde todos tengan acceso a lo básico y donde nadie pase hambre, y hoy sé que me voy a casar por las razones que son. Esto último es quizás de mis mayores aprendizajes, pues me costó mucho tiempo aceptar que una parte de mí pudiese llegar a ser tan superficial. Pero hoy, justo antes de que se acabe este caótico año, lo acepto públicamente. No es la fiesta, es el matrimonio. No es el número de invitados que hay por compromiso, es el comprometerte rodeada del cariño verdadero. Y no es el lujo que creemos que es, el lujo que realmente es. El lujo no son las flores, pues ellas se marchitan, no es el brillo, pues ese eventualmente se desvanece, no es el exceso, porque eso también se agota. El lujo es amarte, amar y que te amen.
Porque si hay amor, hay razones para seguir caminando, luchando y cambiando el mundo en el que nos ha tocado vivir. Porque si hay amor, hay esperanza.