Durante estos días tan confusos, llenos de incertidumbre y no libres de alguna sensación de angustia, se puede llegar a entender mejor nuestro talante. El paulatino aislamiento al que nos vamos sometiendo nos invita, no sé si siempre para bien, a estar más atentos a los diversos canales de información que nos permite la hiperconectividad contemporánea, por lo tanto el barullo, que ya exasperaba bastante, se ha multiplicado notablemente. Va viendo uno algunas expresiones que se repiten, sesgos que no cambian, obsesiones que permanecen; ciertamente hay un buen número de personas a quienes todo parece darles lo mismo, demostrando que en cualquier circunstancia siempre están dispuestos a buscarle tres pies al gato.
Me parece que el máximo nivel de indecencia lo colman aquellos políticos o dirigentes que en lugar de llamar a una necesaria comunión entre los colombianos, siguen avivando los sentimientos divisorios. Me refiero a esos personajes que continuan criticando todo cuanto el Gobierno hace, con sus aciertos y desaciertos, que se arropan en una falsa manta de sabiduría para contestar cualquier medida o sugerencia que se tome, como si ellos realmente supieran que hacer, como si los aciertos solo fuesen posibles si los cobija una determinada bandera ideológica. No han entendido que estos no son tiempos para perseguir réditos políticos. Espero que no olvidemos cómo se han comportando cuando todo esto pase, porque ya han revelado sin pudor sus peores instintos, sus pobres motivaciones, su mínimo interés por el bien común.
Tampoco resulta ejemplar el comportamiento de algunos ciudadanos. Sin ignorar que el Gobierno tiene unas responsabilidades importantes, que no alcanzaría a describir en este espacio, para superar este embrollo tenemos que acudir a lo que dicta el sentido común. Suponer que todo nos tiene que ser ordenado o prohibido es una muestra tanto de mala educación como de tozudez. Si creemos que tenemos que pedirle al Gobierno que nos diga si podemos reunirnos en grandes cantidades o no, o si podemos ir a una playa, o si es recomendable acaparar insensatamente artículos de primera necesidad, creyendo que las decisiones sobre este tipo de asuntos deben ser impuestas, estamos peor de lo que pensaba. Me cuesta creer que a estas alturas haya quienes pretendan seguir viviendo como si nada, mirándose el ombligo y despreciando a los demás.
Es el momento de asumir nuestras responsabilidades individuales para facilitar que los organismos del Estado se encarguen de atender los asuntos más delicados. Habrá que repetirlo: evitemos salir de nuestras casas para nada que no sea imprescindible, lavémonos las manos con frecuencia y, lo más importante de todo, ante cualquier sospecha de síntomas de infección aislémonos voluntariamente. Ruego que durante las siguientes semanas, tan cruciales, nos acompañe la elusiva sensatez.
moreno.slagter@yahoo.com
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