Creando antagonistas
Ojalá el ambiente de diciembre, con su carga emotiva y afectiva ahora más justificada que nunca, ayude a calmar los ánimos, sin embargo, dudo mucho que eso pase. Ojalá transitemos, aunque sea parcialmente y de forma incompleta, de ser antagonistas a ciudadanos.
El título de esta columna lo he tomado de una entrevista que brindó José Ángel González Sainz en El País hace poco tiempo, a propósito de su nuevo libro La vida pequeña. El arte de la fuga; el primero de una trilogía. Con esa expresión el autor hacía referencia a la evolución del debate político en España, tan deteriorado allá como en cualquier otra parte del mundo. Notaba en sus declaraciones que a mucha gente le bastaba con tener unas cuantas ideas básicas para ir embistiendo por la vida, sin asco, arrasando con cualquier cosa que no encajase con lo que ya han estimado como correcto. Así, se atrevió a afirmar que en España no se estaban creando ciudadanos sino antagonistas, y que esa situación propicia la toma de decisiones nocivas, un escenario que parece plagar casi todos los ejercicios democráticos del hemisferio occidental.
En nuestro país estamos en las mismas. Deslumbrados por las soluciones finales, sin saber realmente los peligros que entrañan ni con el menor ánimo para revisar la historia, vamos apurando hacia territorios desconocidos. Casi con ingenuidad, y ciertamente con desespero, hay una aparente disposición para subir las apuestas y arriesgar cada vez más, tratando de demoler al adversario, aniquilarlo y borrarlo del mapa. Bajo la sombra de respaldos importantes hay quienes se dedican a prometer el oro y el moro, fabulando sobre asuntos muy serios que merecen un manejo técnico, pausado y alejado de la improvisación. Todo esto se ha repetido ya muchas veces, se han hecho las advertencias del caso, pero poco importa, como siempre, los extremos encuentran fundamento para sus causas. No sería la primera vez que los desastres sociales, morales y económicos, estuviesen acompañados por ensordecedoras aprobaciones populares.
Por eso, la sentencia de González Sainz es tan obvia como acertada. Es probable que varios de los lectores lo hayan vivido: cada vez es más complicado hablar de algunos temas, se pierden los estribos con facilidad, se sube la voz y se gesticula, incluso con quienes se tiene confianza, afecto y respeto. En público o en privado, el insulto y la burla es ahora lo que más rinde y anima. De las redes sociales mejor ni hablar. La vieja norma que invitaba a evitar las conversaciones sobre política o religión en las reuniones familiares, o en los convites entre amigos, encuentra últimamente un asidero renovado; una pérdida para quienes aprecian los beneficios de la discusión, están dispuestos a entender los diferentes puntos de vista, e incluso, a cambiar de parecer si las circunstancias así lo reclaman y los hechos lo demuestran.
Ojalá el ambiente de diciembre, con su carga emotiva y afectiva ahora más justificada que nunca, ayude a calmar los ánimos, sin embargo, dudo mucho que eso pase. Ojalá transitemos, aunque sea parcialmente y de forma incompleta, de ser antagonistas a ciudadanos. Desde esta tribuna, como columnista, queda la tarea de continuar con el compromiso de exponer algunos puntos de vista de la manera más sensata posible, tratando de entregar algo de información y análisis a las discusiones por venir. Habrá inevitables equivocaciones y torpezas, pero nunca mala fe.
moreno.slagter@yahoo.com
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