Desigualdad de género
Debemos seguir insistiendo en políticas públicas de inclusión productiva y de recuperación económica que involucren un enfoque de género.
Recientemente el DANE publicó unas cifras sobre el uso del tiempo entre hombres y mujeres, revelando cifras que parecen no ceder en el tiempo, sino por el contrario retroceder, dejando ver una involución de nuestra sociedad donde las mujeres mantenemos un desequilibrio en las cargas que asumimos, desde nuestra faceta laboral como no laboral.
Lo que inicialmente revela la encuesta es que cualquier avance en los niveles de participación de las mujeres en el trabajo remunerado, fue reversado por la pandemia, e incluso perpetuada la brecha de participación en actividades remuneradas, así como en actividades no remuneradas, entre hombres y mujeres.
Pero el más amplio efecto de la pandemia fue el provocado en el tiempo dedicado por las mujeres en las actividades que no representan ningún tipo de remuneración. Estas son: el cuidado pasivo de las personas del hogar, las actividades de voluntariado, el apoyo a personas del hogar, el suministro de alimentos, actividades con menores de 5 años, cuidado físico de personas del hogar, la limpieza y mantenimiento, el mantenimiento del vestuario, las compras y administración del hogar, y los traslados relacionados.
Lo anterior se hace claro, considerando que pasaron de disponer en promedio 6 horas y 50 minutos de su día a 8 horas, toda una jornada completa dedicadas a estas funciones, sin ninguna monetización a cambio y demarcando una disparidad frente al tiempo dedicado por los hombres a estos oficios, quienes solo dedican 3 horas.
Considerando además que los hombres selectivamente cuando se involucran en este tipo de actividades, lo hacen para desempeñarse como compradores de las necesidades del hogar y como conductor, principalmente. Tales oficios coinciden con ser las tareas que menor dedicación de tiempo comprometen.
Debo manifestar que estas cifras nos deberían de preocupar, dado que hace claro cómo se perpetúa el desequilibrio de las cargas de las actividades del hogar, a pesar que las preconcepciones sobre los roles de género están siendo revaluados cada vez más, considerando que una mayor proporción de personas apoyan la hipótesis de que tanto hombres y mujeres deberían contribuir al ingreso del hogar y que no necesariamente la cabeza del hogar deber ser el hombre.
Adicionalmente, la diferenciación entre el campo y la ciudad, muestra que las cargas en el trabajo no remunerado para mujeres en las cabeceras son menores que en el campo, pero en el agregado una mujer en la ciudad suma un total de horas de trabajo, entre no remunerado y remunerado, superior en dos horas frente al tiempo promedio de una mujer en el campo.
Lo anterior ratifica la necesidad por reconocer la economía del cuidado y avanzar en la entrega de la infraestructura y dotación suficiente que permita a los hogares avanzar hacia una plena participación durante su etapa productiva y romper con las brechas de género que parecen perpetuarse o aumentarse en el tiempo, sobre todo si queremos recuperar la proporción de mujeres que participan en el mercado laboral.
Debemos seguir insistiendo en políticas públicas de inclusión productiva y de recuperación económica que involucren un enfoque de género para lograr una mayor eficacia de las mismas y movernos hacia una sociedad más equitativa en las tareas en el hogar.
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