El valor esencial de toda relación es la confianza. Confiar siempre ha sido un reto en aquellas sociedades dónde hablar con la verdad es ir contra la corriente a causa del triunfo de la mala costumbre difusora de la mentira. El discurso eficaz no es el que domina los datos, la lírica o la prosa, es el impulso que requieren las buenas decisiones para traducir la voluntad en grandes resultados. El dicho y el hecho son sus dos herramientas de trabajo.

La elocuencia se ha mal asociado con el engaño a raíz del triunfo de la decadencia sobre el progreso. Los oradores escasean y los pensadores ya no pueden vivir de sus ideas a causa del espectáculo permanente generado por la falta de la palabra. ¿Cómo se puede generar credibilidad en medio de la desconfianza? ¿Somos lo suficientemente creíbles cuando hablamos o nos comprometemos en alguna causa común?

Las sociedades cómo entidades colectivamente consideradas tienen capacidades propias de las personas, semejantes a la inteligencia y la comunicación. Pueden pensar y requieren creer. Todo grupo exige un ideal realizable. Su lenguaje va más allá de la creación del Estado moderno, los estallidos, las emancipaciones, las revoluciones o la elección de una forma de gobierno.

Los propósitos comunes siempre han encontrado sus líderes, sus seguidores y sus voceros. El pensamiento individual es la semilla de la conciencia colectiva. Así como pensamos, vivimos y cómo vivimos somos, porque ser y creer tienen un conector vital para interpretar aquello que soñamos: Se llama credibilidad.

La recompensa de la voluntad coherente es la credibilidad. La suma de evidencias que le dan poder creativo y resolutivo a la palabra confiere el generador de la legitimidad. La persona original, sincera, discreta, prudente, elocuente y creíble, ha sido un ser dotado con habilidades poco comunes, acercándose a la definición más precisa de lo extraordinario.

La credibilidad colectiva es la convicción potenciadora del pensamiento por las acciones, las sensaciones, la esperanza y la certeza del grupo, la comunidad o la sociedad, si las promesas, afirmaciones y propuestas, están respaldadas por la veracidad demostrable o medible en el tiempo y el espacio en el que se plantea una iniciativa. Es el producto mejor elaborado por la coherencia y el artificio natural del discurso traducido en acciones.

Quien goza de credibilidad colectiva logra superar injurias, vilipendios, la difamación o la calumnia, a causa de la fuerza incuestionable de sus méritos, por la alta valoración que tienen las personas de su honorabilidad: Esa es la magia de la palabra.