Hace unos 90 años se dio un cambio importante en la vida de pareja. Hasta ese momento la mayoría de los matrimonios se realizaban bajo la influencia de la dirección de los padres, siendo estos quienes señalaban la persona adecuada para el matrimonio.

Con los cambios culturales surgió una nueva forma de conformar las familias y el concepto de casarse por amor se volvió importante, junto con la idea de formar pareja para ser felices, entre las nuevas generaciones. Hoy lo vemos como lo natural, y a muchas personas les parece absurdo que sean los padres quienes escojan la pareja de sus hijos, pero antes no pensábamos así en la cultura occidental.

Con este cambio cultural se fortaleció un elemento en la vida conyugal al que muchas personas no le dan la trascendental importancia que tiene: la fantasía de llegar a ser felices con la persona que eligieron para compartir la vida.

Así como la fantasía de ser feliz ejerciendo la Medicina lleva a muchos seres humanos a soportar las múltiples experiencias exigentes que hoy exige la formación profesional en el área, así la persona que tiene la fantasía de ser feliz casándose con la persona que ama, hará hasta lo imposible para lograrlo, tanto así que es común decir en esos casos: “esa persona estaba loca por casarse”.

Las fantasías son altamente motivantes y llevan a soportar muchas situaciones adversas. Volviendo al ejemplo de la formación en Medicina, muchas personas en las facultades de esta profesión tienen interminables horas de estudio, muchas trasnochadas, turnos exageradamente largos, sacrificios en sus horas de comer o divertirse, y a veces tener que soportar maltratos de personas que no merecen tener la autoridad que poseen (si tienes un amigo especialista, pídele que te cuente cómo tratan a los residentes en algunas especializaciones). En fin, cuando una persona tiene la fantasía de formarse en Medicina soporta muchas exigencias complicadas y a veces dolorosas, pero la motivación le da fuerzas para continuar en su proceso.

Lo mismo ocurre en la vida de pareja. Cuando una persona descubre que está enamorada casi automáticamente surge la fantasía de que podrá tener una vida feliz junto con esa persona y tratará de hacer cualquier cosa por estar con esa persona el resto de su vida. Esa fantasía es altamente motivante. La persona parece estar loca, y la gente lo dice: “él está loco por ella” o “ella está loquita. Está que se muere por él”. Y lo mismo ocurre en las parejas LGBTI.

Cuando la pareja inicia su convivencia es cuando generalmente surgen los inconvenientes graves. Antes de la convivencia, las crisis generalmente no se precipitan porque las parejas no comparten la vida real, solo se ven en situaciones novedosas y gratificantes, como salir a comer, a bailar, a ver un agradable espectáculo o a encerrarse en un motel. Pero con la convivencia aparecen situaciones como mantener la residencia en orden, organizar la compra y elaboración de las comidas, etc. Y es aquí donde saltan a la vista con más fuerza las malas actitudes, como la desconsideración, el egoísmo, la subvaloración de la otra persona, la permisividad con la interferencia de la familia paterna, etc.

Es ahí donde la fantasía de ser felices con la otra persona comienza a deteriorarse, y cuando esta se acaba es muy probable que la pareja siga el camino de la separación o la infidelidad.