Fibromialgia y violencia machista
La evidencia más reciente apunta hacia el origen de la fibromialgia en la vivencia de la violencia, generalmente machista, en la relación de pareja o en el núcleo familiar. La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que la presencia de este tipo de violencia es un factor determinante para padecer esta enfermedad.
La fibromialgia es un síndrome clasificado como reumatismo no articular de causa desconocida, de curso crónico, cuyo eje central es el dolor difuso en puntos sensibles del cuerpo. A diferencia de otras enfermedades reumáticas, la persona no presenta inflamación en las áreas sensibles. El diagnóstico es mucho más común en las mujeres.
Diferentes investigaciones muestran que cerca del 80% de las personas con fibromialgia padecen alteraciones en el sueño. La mayoría también reporta frecuentemente cansancio, estrés y ansiedad, dolores de cabeza y otras alteraciones psicosomáticas como problemas en el colon.
Se cree que una posible causa biológica de esta enfermedad se relacione con un déficit de sueño reparador. Algunos investigadores han encontrado disturbios en la etapa MOR del sueño de estos pacientes. Los daños traumáticos, por ejemplo, en el cuello, también se consideran posibles factores orgánicos de la fibromialgia.
Pero la evidencia más reciente apunta hacia el origen de la fibromialgia en la vivencia de la violencia, generalmente machista, en la relación de pareja o en el núcleo familiar. La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que la presencia de este tipo de violencia es un factor determinante para padecer esta enfermedad.
La violencia machista se expresa con varias fases. En la primera fase (aparente calma) el victimario se muestra tranquilo. Existe en la relación conyugal una calma, real o aparente. La víctima siente que todo está bien.
En la segunda fase (acumulación de tensión) el victimario ya no está tranquilo y aduce detonantes (a veces falsos o absurdos) para culpar a la víctima del aumento de la tensión. Hace amenazas directas o indirectas de querer acabar con la relación. Esto le produce a la víctima la sensación de que en cualquier momento habrá una fuerte discusión o crisis intensa. La víctima se preocupa ante la incertidumbre con respecto al futuro de la relación conyugal, sobre todo si por razones sentimentales, económicas, religiosas o familiares no desea una separación o el divorcio. Esto ya le genera un daño emocional a la víctima.
En la tercera fase (agresión y explosión de la tensión) el victimario actúa violentamente, agrediendo en forma física, emocional, social, financiera o sexualmente a la víctima. El miedo generalmente domina a la víctima impidiéndole defenderse adecuadamente de las agresiones. En algunas pocas ocasiones la ira domina a la víctima, y a pesar del miedo y el deseo de no terminar con la relación conyugal, responde airadamente para defenderse.
En la cuarta fase (arrepentimiento) el victimario generalmente hace promesas de cambio. A veces reconoce su culpa, pero otras veces lo que hace es responsabilizar a la víctima de su comportamiento violento, justificando y minimizando así su agresión. Generalmente aquí se presentan muchas atenciones y regalos buscando el perdón de la víctima. La dependencia emocional de la mayoría de las víctimas y el temor a perder la relación conyugal lleva al perdón y la reconciliación sin poner la condición de iniciar (y mantenerse) en un tratamiento de pareja (quizás la mejor opción para realmente romper el ciclo de violencia conyugal).
En la última fase (Reconciliación) se presenta una verdadera luna de miel, que ambos miembros de la pareja disfrutan por un corto tiempo, antes de volver nuevamente a la primera fase.
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