Todos los constructos socioculturales y habilidades ganados por la sociedad humana continúan hoy en una lucha titánica contra el actuar primitivo irracional, violento, mezquino y el pensamiento irreflexivo que han tendido a prevalecer en su historia. Además, antivalores como la injusticia, la crueldad, el egoísmo, la corrupción y el fanatismo, entre otros, persisten en el actuar individual, social y de las naciones, que desdicen de su calidad de humanidad civilizada.

En su historia, la humanidad conquistó y promovió acuerdos y espacios jurídicos políticos como la Declaración de los Derechos del Hombre, la instauración de la democracia y la equidad de género. Además, se acordaron iniciativas orbitales como la ONU, la OMS, Unicef, OIT, Unesco, etc., con el fin de democratizar y regular las relaciones internacionales y garantizar la paz.

Hoy, cuando somos avasallados por la pandemia de la covid-19 y pretendemos superarla con la inmunización masiva, observamos la regresión a comportamientos primitivos poco afines a la vida civilizada, como el acaparamiento de las vacunas por los países ricos y poderosos que, en una actitud expresiva de egoísmo e insolidaridad, han garantizado mayor cantidad de vacunas que el tamaño de su población, mientras se quedan sin ellas los países más pobres. Prevalece aún la premisa de “el poderoso aplasta al pequeño”. Esta actitud mezquina también se observa en el actuar ciudadano, enmarcada en el exagerado individualismo. Recordemos el acaparamiento de tapabocas, papel higiénico y medicinas que se dio al inicio de la pandemia. Como lo describió Jean Jacques Rousseau, en 1755, en su ‘Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad’: “… ¿ignoráis acaso que un número inmenso de vuestros hermanos perecen o sufren de miseria, por causa de los bienes que tenéis sobrados…?”.

Organizaciones como Amnistía Internacional y Oxfam han denunciado que los países ricos, que agrupan el 14% de la población mundial, compraron el año pasado el 53% de las vacunas. Canadá, por ejemplo, puede suministrar cinco dosis a cada habitante, mientras que 70 países pobres solo podrán vacunar a una de cada diez personas este año.

La Organización Mundial de la Salud ha definido este acaparamiento de las vacunas como un “fracaso moral catastrófico” por la falta de acceso de los países pobres y, por ello, se han implementado mecanismos como la coalición Covax para el suministro equitativo y solidario de 2.000 millones de dosis. Esperemos que así sea pues poco logrará la persona que, habiéndose puesto a salvo al vacunarse, sigue viendo desde su ventana la enfermedad y muerte de sus congéneres.

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