El martes pasado se ordenó el cierre anticipado de la segunda compuerta en Hidroituango. Apenas unas horas después, se comenzaron a notar las dramáticas consecuencias del descenso en el caudal del río Cauca, el segundo más importante de Colombia, ante la mirada sorprendida de los críticos de escritorio, la incertidumbre de los miles de habitantes cuyas vidas dependen del río, las confusas explicaciones de las autoridades ambientales, el silencio del gobierno y los fervientes rezos a la Vírgen promovidos por la pasión mística del senador Álvaro Uribe.

Simplemente, el agua dejó de fluir y ese hecho generará un impacto ambiental, económico y social de incalculables proporciones, sin que haya un plan de contingencia que prometa siquiera mitigar los efectos negativos de este desastre anunciado.

La mayoría de los expertos está de acuerdo en que el ecosistema se recuperará tarde o temprano. Y es allí, en esa imprecisión temporal, en donde radica el más grave de los factores que rodean este asunto: nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo tomará restaurar el daño, ni cuáles son las medidas que se deben emprender, ni mucho menos quiénes son los que deben dictarlas, financiarlas y ejecutarlas.

Algunas de las declaraciones de Jorge Londoño, gerente de las Empresas Públicas de Medellín (EPM), responsable de la obra, ponen de presente la magnitud de errores que pudieron cometerse en la planificación, el diseño, la construcción y el manejo de las crisis de esta megaobra de ingeniería, cuyo destino se le ha encomendado a los buenos oficios de la madre de Cristo.

Londoño ha dicho que la decisión de cerrar la compuerta se tomó para proteger la vida de miles de personas que viven aguas abajo, quienes se verían afectadas por una tragedia sin precedentes en caso de que el río siguiera fluyendo por casa de máquinas. Tuvieron que enfrentar, dice el gerente, el dilema ético implicado en escoger entre la vida de seres humanos y el medio ambiente. Obviamente, escogieron a las personas, continúa Londoño, como si los habitantes de la zona de influencia tuvieran que agradecerle por salvarles la vida. Lo que no dice, pero termina queriendo decir, es que de una u otra forma sucedería una catástrofe. No había manera de que, a estas alturas, y luego de múltiples tropiezos e improvisaciones, el proyecto hidroeléctrico se llevara por delante miles de vidas –humanas, animales o vegetales–.

72 horas después del cierre de la compuerta, no sabemos qué va a pasar, si se van a seguir muriendo 50 mil peces diarios, si cada día habrá un nuevo grupo de personas al borde de una crisis humanitaria, si alguien será capaz de calcular los millones de dólares en pérdidas económicas que causará la emergencia, si el presidente hablará algún día del tema, si la Vírgen hará algún milagro.

Pero, sobre todo, parecemos no entender que el desarrollo no puede planificarse a toda costa, evaluando su urgencia en toneladas de concreto y millones de megavatios, mientras le damos la espalda a lo que es realmente importante, lo cual, si se pierde, no se puede recuperar mandando a traer dos docenas de volquetas.

@desdeelfrio