La semana pasada, el mundo conmemoró por primera vez el Día Internacional para el Diálogo entre las Civilizaciones, aprobado el año anterior por la Asamblea General de Naciones Unidas, tras una propuesta de China apoyada por más de 80 países, para promover el diálogo como medio para mantener la paz, impulsar el desarrollo compartido, mejorar el bienestar humano y lograr el progreso colectivo.
Nos cae al dedillo esta conmemoración a los colombianos en una época en la que se han resquebrajado los espacios de diálogo de los poderes públicos y entre los sectores políticos y, además, la polarización ciudadana se ha acrecentado en grado sumo, hasta el extremo de que en el seno de las familias las reuniones terminan en discusiones polarizadas. Así mismo, se incrementaron las confrontaciones políticas e ideológicas y, peor aún, se ha recrudecido la violencia verbal e, incluso, la física, sumiendo al país en desencuentros, agresividad generalizada y zozobra. Adicionalmente, con el atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, que lo mantiene en grave estado de salud, hemos retrotraído las trágicas décadas del 80 y 90 con los magnicidios de aspirantes a la Presidencia de la República.
La disposición de resolver las diferencias a través de la violencia viene desde los enfrentamientos bipartidistas, se enraizó durante el conflicto armado e, incluso, permanece después del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc.
Por ello, es importante resaltar lo manifestado por el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá, al rechazar el desencuentro institucional y social y los hechos de violencias, expresando que, en estos momentos, es preciso que los colombianos saquen su mejor versión, evitando la contaminación del corazón con odio. El prelado invitó a la ciudadanía a construir un camino de esperanza que “tiene que pasar por el diálogo, la reconciliación, la búsqueda del respeto, desescalando la acción política de toda forma de violencia para fundamentarla en la ética civil”.
Nuestra diversidad regional, de costumbres, de culturas, de pensamiento, etc., que constituyen nuestro sincretismo, esencia fundamental de la colombianidad, nos hace diferentes, pero, al mismo tiempo, parte consustancial de la esencia nacional. Para no desvertebrar esa identidad y unidad nacional se hace necesario abrir espacios de encuentro proactivo y reflexivo que nos permitan superar la incertidumbre y la crisis de disensión que vivimos. Por esto, es perentorio cerrar filas en torno al diálogo y a la unidad de país.
@Rector_Unisimon